kevinhurlt/ Rafael Méndez Meneses
Blog no oficial de Rafael Méndez Meneses
martes, septiembre 12, 2023
Alizée
lunes, agosto 14, 2023
Abadía vieja
Almudena hace un tapenade de sabor algo terroso, pero agradable, desde que era bebé. No es una chef cualquiera. Al pulsar las cuerdas de una guitarra, la comida aparece en el plato por arte de magia. Cuando la abuela le enseñó a entonar una melodía muy antigua, las ondas sonoras hicieron aparecer una deliciosa paella de setas y olivas, que es la sensación en Abadía vieja, el restaurante familiar al pie de la Autovía del Sur.
Almudena no domina el instrumento porque le aburre ensayar y prefiere ver Tik Toks. Padre quiere enviarla al Conservatorio Superior para que aprenda más canciones y perfeccione su técnica. Planea abrir una cadena de restaurantes con recetas de bajo costo y altas ganancias. Madre está ahorrando para que la nena viaje a Barcelona y cumpla su anhelo de ser maestra. Sabe que el don no durará mucho. Ella también lo tenía, hasta que se enamoró.martes, julio 25, 2023
Arslanbob
La misión, y se dio el caso de que decidí aceptarla, es viajar a Kirgystán y buscar al Lince en Arslanbob, un bosque de nogales que existe desde hace 50 millones de años. Para eso, debo tomar la ruta asiática. El nuevo virus hace imposible poner un pie en lo que queda de Europa. Tampoco puedo pasar por el sur debido a los bombardeos; ni por China, por el bloqueo; y como sabemos, la radiación hace imposible sobrevolar Kazakhstan. La única forma es sobrevolar el océano Índico, alcanzar Kuwait y sobornar desde allí a las autoridades de todos los países que quedan en el camino, tratando de no llamar la atención de algún espía desocupado o un xenófobo de esos que pululan las embajadas.
La Compañía me dio el avión de emergencias y eso me tiene tranquilo porque si hay otro pulso electromagnético podré aterrizar o amarizar y sobrevivir una semana. Tenemos casas de seguridad a lo largo de todo el camino en caso de que pierda el efectivo y los diamantes. El problema es que debo ir sin guardaespaldas para evitar sospechas, como si los enemigos del jefe no supieran ya hasta cuál es mi peli favorita. Podré conseguir armas y si todo se desbanda, tengo permiso para contratar mercenarios, pero no creo que lleguemos a eso porque hay entregas mucho más grandes en ese lado del mundo. El centro de Asia siempre ha sido caótico en su anonimato, pero desde que cayó Europa, se convirtió en un mercado de pueblo que mueve miles de millones, y la cuarta parte de los que van en misiones parecidas a la mía terminan en alguna alcantarilla.
No queda más que tener actitud positiva y pensar en el bono que me espera si regreso. ¿Qué podría salir mal? Un viaje al país que solo yo conocía en la oficina antes del gran apagón, desempolvar mi uzbeko, hartarme de plov en alguna cabaña, entregar el archivo, confirmar que se hace la transferencia y volver. Ni siquiera tengo esperanzas de jugar a la guerra fría como en mi viaje anterior. Qué va, si todos los de esa leva, si viven, han de estar seniles. Tal vez busque a la traductora de la embajada. Seguramente se dedica a dar clases o es dependiente de algún café y está más hermosa que antes.
Para evitar pensamientos negativos, me drogo hasta pasar el océano. Llego a Kuwait, contacto a los embajadores de los países que me quedan en el camino, los invito a cenar, aunque solo me siento frente a ellos, les entrego el sobre con diamantes y les muestro el papel que deben sellar. Ni siquiera me saludan —Ya no hacen los encuentros de sobornos como antes— Aterrizo en el único aeropuerto privado de Arslanbob, me llevan al hotel, que viene incluido en el pago por aterrizar y duermo hasta el día siguiente. El Lince no aparece. Voy al bosque a ver cómo recolectan las nueces, me pierdo junto a una “turista” inglesa que seguramente fue a entregar armas o libros. Cenamos y nos despedimos porque ella quiere ir a un rave. Me excuso diciendo que no tengo presupuesto para fiestas, pero el hecho es que ya no tengo edad para eso, mucho menos con una nena que parece adolescente y seguramente lo es. Una contrabandista que se acercó a mí para ver si valía la pena desvalijarme.
A la mañana siguiente, El Lince aparece. Le entrego el archivo: un paquete que pesa casi tres kilos. No sé qué es. El Lince chequea cada ranura, pide un teléfono en recepción, confirma que su contacto ha hecho la transferencia y me da el número del proceso. Yo aguardo en silencio, devorando plov hasta recibir la llamada de La Compañía, sonrío cuando me dicen que todo está bien y me despido sin decir una sola palabra. Una hora ha demorado el trámite, tiempo suficiente para que todos sepan que estamos allí, así que no me sorprende escuchar disparos justo cuando logro entrar al banco a depositar el dinero, acompañado por seis guardaespaldas del hotel, tipos mal encarados, mal vestidos, mal pagados, pero profesionales. Uno de ellos dice “Lynx” y en cuanto entro al banco, se va junto a sus compañeros al sitio del que surgen los tiros. Después de almorzar, compro suficiente plov para todo el viaje de regreso, no importa que el avión termine apestando. En el aeropuerto, el dinero espera seguro y empaquetado. Vuelvo sin novedad. Al día siguiente, llego a la oficina, marco la tarjeta, me siento en mi cubículo y me quedo durante el resto del día, durante el resto de mi vida, revisando datos. Miles de números que para mí no significan nada, cotejados en las ranuras de centenares de tarjetas plásticas. Ojalá a nadie se le ocurra inventar el internet.
miércoles, junio 21, 2023
Nacieron, jugaron, crecieron. Y siguen jugando
Publicado en revista Mundo Diners, mayo de 2023
Los eSports, como se conoce a los deportes que se practican usando consolas de videojuegos, son bastante más serios de lo que parecen. Hace mucho rato ya pasaron de la categoría de las aficiones a la de las ocupaciones profesionales.
Casi todos los domingos, miles de ecuatorianos van al estadio, pagan a una operadora de cable o están pendientes de los resultados del fútbol, el deporte rey. Al mismo tiempo hay miles de personas jugando en línea y muchas más viendo esos juegos a través de plataformas como Twitch, que tiene más de quince millones de canales, más de 31 millones de horas de transmisión mensual y un crecimiento anual del 26 % en todo el mundo.
Según la página web oficial de Twitch, en este momento, hay más de dos millones y medio de personas viendo alguna transmisión en línea. El mercado es tan atractivo, que YouTube y Facebook adaptaron sus plataformas para generar más interés de gamers y llevarse parte de los usuarios. A nivel mundial son millones de espectadores a quienes no les importa si el equipo es ecuatoriano o alemán, solo les interesa ver un juego habilidoso. Y se espera que la audiencia supere los 1400 millones de conectados en 2025.
El primer torneo considerado de eSports fue de Spacewar! y se llevó a cabo en la Universidad de Stanford en 1972. Desde entonces, se multiplicaron los campeonatos y se incrementaron los premios, pasando de una suscripción a la revista Rolling Stone a millonarias cifras para los ganadores. La mayor liga es la alemana Electronic Sports League (ESL) y está vigente desde el año 2000. En este medio siglo de torneos, el mundo ha cambiado, la tecnología ha evolucionado a niveles insospechados y la industria se ha fortalecido sin perder la magia de los primeros días.
En 1980 se celebró la primera gran competición de un videojuego comercial: Space Invaders. Fue organizada y patrocinada por la compañía que comercializaba el juego Atari en su consola Atari 2600. El primer Space Invaders se bautizó como la Superbowl de Space Invaders.
A partir de la covid-19, los videojuegos se popularizaron en todos los segmentos económicos y en casi todas las edades, ampliando nichos como el de los deportistas profesionales. Esta industria tiene un valor de más de mil millones de dólares a nivel mundial, y sigue creciendo conforme se reducen los costos, mejora la conexión de Internet y la calidad del hardware. Mientras tanto, en el Ecuador, se gestan las condiciones para su profesionalización: hay que competir, armar equipos y enfrentar los estándares internacionales.
Comencemos por reunirnos
Uno de los hitos más grandes fue la creación de la Asociación Ecuatoriana de Deportes Electrónicos (AEDE), perteneciente a la Federación Global de Esports, la mayor a nivel mundial. Entre los eventos más importantes organizados por la AEDE está el torneo de Super Smash Bros. realizado en Quito, donde se selecciona a los mejores nacionales para que asistan a los juegos de Asunción y para los de Turquía.
Para su presidente, Juan Andrés Guzmán, lo más importante fue participar en los Juegos Panamericanos de Asunción, donde nuestro representante, Jimmy Barros, quedó en cuarto puesto. Para este año volveremos como deporte de exhibición a los Panamericanos de Santiago y se viene el Mundial de Arabia Saudita. Considera que el nivel del Ecuador es destacado: “En el mundial, de 125 instituciones, participaron dieciséis equipos y el Ecuador fue con Brasil y Surinam. Estuvimos cerca de obtener la medalla de bronce”, cuenta con orgullo.
Ser gamer es un juego serio; falta mucho en cuanto a presupuesto porque no hay respaldo estatal y hay poco apoyo privado, pero esperan obtenerlo cuando se den más resultados. Mientras tanto tienen competiciones con diferentes niveles para detectar a los mejores gamers del país. Para 2023 se vienen los Panamericanos en Santiago y ya hay la ilusión de desfilar junto a las otras glorias del deporte.
También se vienen los Global Sports Games en Arabia Saudita, y para entonces esperan destacarse también en la categoría mujeres. Juan Andrés propone vacacionales de eSports para masificar este deporte y también la formación de academias y actividades extracurriculares, pero en este aspecto todavía falta mucho. Una de las principales debilidades es el tema de internet, ya que el Ecuador está conectado a los servidores de videojuegos de la Costa Este, y eso da una latencia que los pone en desventaja, sobre todo cuando compiten en ligas y torneos que tienen servidores en Latinoamérica.
Spacewar! es uno de los primeros videojuegos de la historia, surgió en el MIT gracias a alumnos autodidactas que tenían a su alcance los primeros computadores que llegaban al mercado. Spacewar, desarrollado entre 1961 y 1962 para la computadora PDP-1 Digital Equipment Corporation.
Uno de los equipos destacados es SkullCracker, un clan surgido en Guayaquil en 2019, cuando Larry Jiménez y Byron Salinas se unieron para profesionalizarse y convocaron a Fawel Jarrín y al youtuber @Raptorgamer. El clan creció, se destacó a nivel latinoamericano y mejora cada año. Están en el top 3 de equipos latinoamericanos en Valorant femenino y fueron el primer equipo ecuatoriano en tener una gaming house (residencia para jugadores) fuera del país.
Entre sus integrantes, SkullCracker tiene a Jeremy Villamar, ganador del Booyah Invitational y campeón de la Batalla de Naciones, y a Andrés Milán, representante de Dragon Ball FighterZ. Su equipo cuenta con creadores de contenido como Claudia Lascano y Diana Asencio. Además de destacarse en el juego, manejan contenido para popularizar los eSports, ayudar a internacionalizar a los jugadores más destacados y generar contactos con gamers de otros países. Fawel Jarrín, director de Operaciones y Marketing, comenta que sus metas para 2023 son establecer nuevas marcas para su escuadra de League of Legends y para su equipo femenino de Valorant (esto es, en español, subir de categoría).
Fawel comenta que en 2019 había dos equipos que se sustentaban como empresas en el país, ahora podrían ser diez, además de los cincuenta equipos amateurs o semiprofesionales que están en el mismo camino. Hay también hay muchos jugadores con un buen nivel y muchos más con potencial para profesionalizarse, pero no se atreven a dar el salto. Otros sencillamente no saben cómo. Una computadora básica puede costar desde 800 dólares, y en la mayoría de los casos hay que adquirir los videojuegos, encontrar equipo, entrenador y cultivar habilidades como disciplina, buena actitud y comunicación, explica Fawel.
Parte del equipo SkullCracker. Izq a der: Byron Salinas, Fawel Jarrín, Ricardo Puga, Andrés Milán, Arianna Banana, Gonzalo Coronel RaptorGamer.
Otro de los aspectos en que trabaja SkullCracker es la generación de contenidos para formar fanaticada. Saben que no sucederá de la noche a la mañana, pero ya aparecerán. Fawel cree que hacer la conexión con otros deportes permitiría un alcance mayor. También ayudará que los gamers ecuatorianos se destaquen en los grandes torneos mundiales: el Worlds de League of Legends, el Masters y Champions de Valorant, el Major Six de Rainbow Six Siege, el International de Dota 2, el Mundial de Gran Turismo 7, el Free Fire World Series y otros, de nombres más esotéricos y mayor exigencia.
Mujer en los eSports
Lissete Monroy. Juega Nintendo desde los tres años. Desde 2016 empezó a hacer streaming con amigos y en 2019 organizó su primer torneo de Smash con BroooTv. Fotografía: Instagram.
Lissete Monroy empezó a jugar Nintendo a los tres años, desde que su padre le regaló su primera consola. Nunca pensó que iba a ser gamer profesional, pero ahora es directora de relaciones en la AEDE. Desde 2016 empezó a hacer streaming con amigos y en 2019 organizó su primer torneo de Smash con BroooTv.
Durante la pandemia, los videojuegos cotizaron al alza y la industria creció más que el cine. Lissete pasó a SkullCracker y finalmente se dedicó a Tomoyo.ec. No fue fácil (empezando por el valor de una consola), pero ganó seguidores y promociona juegos de fighting. Con la AEDE tuvo una grata experiencia en Estambul, de donde tomó la idea de promover el juego Street Fighter para que el Ecuador internacionalice su nivel competitivo.
Le encanta ver la emoción del público en eventos de alto nivel. “Me he desarrollado también como streamer para comentar profesionalmente y sigo mejorando en ese aspecto. Como los videojuegos son una rama nueva, implica un gran esfuerzo capacitarse”. Su plan es llegar a ser representante femenina de Nintendo en el Ecuador, y así promover la inclusión de los videojuegos en un entorno más familiar, “si vemos el fútbol, es algo que se comparte con la familia, amigos y colegas. Necesitamos quitar el estigma de que los videojuegos son solo para niños”. Los videojuegos, dice Lissete, deben empezar a practicarse a una edad temprana, solo así podrán desarrollarse como un deporte profesional que a su vez capte grandes audiencias.
Los estigmas son dobles, te arrinconan por ser mujer, te asfixian por ser gamer. Lissete decide, entonces, “surfear la ola”, alejarse de quienes preferirían que se dedique a otra cosa y acercarse a los que, como ella, ven en esto una opción de vida y una carrera. De hecho, una de sus causas consiste en abogar por la creación y difusión de torneos exclusivamente femeninos, como ya existen en otras disciplinas. Así, con la misma formalidad, con la misma seriedad, es con la que se debe jugar si se pretende competir.
A pesar de que los videojuegos podrían parecer un tema de gente solitaria, los mejores resultados se dan cuando hay organización, cuando se unen gamers con intereses y metas comunes. Los resultados están a la vista, e incluso con poco apoyo estatal, los gamers se han destacado a nivel latinoamericano y mundial. Ese posicionamiento podría ser visto también como un megajuego de estrategia, en el que deben involucrarse gamers, dirigentes, sponsors, federaciones deportivas, audiencias, proveedores de hardware y servicios. Hay que jugarse todo por la profesionalización para no quedar fuera de esa industria que no hace más que crecer y crecer.
La vida es videojuego
Publicado en Revista Mundo Diners, 30 de diciembre de 2022
Antes, en el siglo apenas pasado, se miraba a los gamers como gente rara que gastaba demasiado tiempo sola y frente al televisor, conectada a la realidad de los videojuegos. Hoy son parte del reinado digital y cuando están jugando también están construyendo comunidad, ganando fama y divirtiéndose. Su venganza está consumada.martes, marzo 14, 2023
Casa vieja
martes, diciembre 13, 2022
#NoHayKamello: La búsqueda de trabajo después de la covid-19
Publicado en revista Mundo Diners, NOVIEMBRE 1, 2022D, EDICIÓN 486
Ilustración: Beto Val.
El desempleo es una de las principales preocupaciones de los ecuatorianos. Los ahorros se acaban y las deudas crecen. Salimos de casa con la esperanza de que alguien más confíe en nosotros, pero eso, tan sencillo, parece imposible.
Johny tiene 33 años. Sale de su casa bien vestido, perfumado, con un pequeño portafolios bajo el brazo y la convicción de que este será un gran día. Agarra el bus en la esquina y se sienta del lado en que, según sus cálculos, no le va a pegar el sol, pero se equivoca y termina en el costado soleado. Todavía no aprende la maña, no está muy acostumbrado a andar en bus.
Llega a un sector de oficinas en el norte de Guayaquil y camina varias cuadras, calmado y buscando la sombra para no transpirar. Como no conoce bien la zona mira permanentemente hacia todos lados por si hay un asaltante, pero no. Solo hay gente que camina a toda prisa. Llega a un edificio y encuentra a varias personas muy parecidas a él. Elegantes, perfumadas, esperanzadas y francamente desesperadas. Buscan trabajo y la fila ocupa casi media cuadra.
Johny estuvo en la banda de guerra, el equipo de baile folclórico y la selección de fútbol de su colegio, del que fue uno de los mejores estudiantes. La pasó chévere, hizo panas. Durante sus estudios universitarios no trabajó y pudo graduarse de diseñador gráfico con excelentes notas. Le tomó cuatro meses conseguir un empleo en el que duró cuatro años y medio. Tuvo suerte con el ambiente laboral, horarios y sueldo, tanto así que estaba considerando comprarse un carro, viajar o hacer una maestría.
Entonces, al otro lado del mundo, un animal todavía no identificado contagió a un humano en el mercado mayorista de Hunan, y la enfermedad se propagó a nivel mundial. Johny pensó que iba a estar encerrado un tiempo, que todo volvería pronto a la normalidad. Ese “pronto” fue siempre una abstracción en la que no pensaba mucho, pero los días pasaban y ese “todo” se ponía peor. Con el teletrabajo, se retrasaron los pagos durante meses, además, cerraron varios negocios y no hubo forma de conseguir ingresos adicionales.
Por su parte, Johny seguía recibiendo órdenes en el trabajo y sus jornadas duraban hasta medianoche. Pero era cuestión de tiempo. La notificación de despido, que ya esperaba, llegó más temprano que tarde. Johny se coló en las estadísticas: en junio de 2020, en plena pandemia, el desempleo alcanzó una tasa del 13,3 % que equivale a 1 009 583 desempleados.
“El día del despido fue muy fuerte para mí, ya que había vuelto de mis vacaciones. Tenía casi dos años sin recibirlas y las pedí porque no había mucho trabajo pendiente. Habían bajado las ventas y los contratos de la empresa, como en todos lados”, cuenta Johny mientras observa en su laptop el último encargo que le hicieron, el diseño de una publicidad para redes sociales antes de las vacaciones.
El día del despido no le pidieron hacer nada. A la hora de salir le dijeron lo que todo el mundo sabía y se repetía principalmente en empresas medianas y pequeñas: el dinero no alcanzaba para pagar sueldos, mucho menos el seguro social y tenían que dejar ir a parte del personal.
Para entonces el padre de Johny estaba enfermo, pero la empresa no estaba para guardar consideraciones porque sencillamente no tenían ingresos. Johny tomó sus cosas y se fue sin despedirse de sus compañeros. No fue el único en salir de ese trabajo y es probable que alguno de sus excompañeros se tope con él en otra entrevista laboral o en el bus.
El compañero que no perdió el trabajo, sea quien sea, probablemente hace también el trabajo de Johny y el de alguien más. Es la única forma de que no cierre la empresa, dicen jefes y accionistas. La pandemia arrancó oficialmente el primer trimestre de 2020, y en ese tiempo se registró un cierre de más de ocho mil empresas, pero para el último trimestre de ese mismo año, la cifra supera los once mil negocios cerrados.
Es probable que la fila que está haciendo Johny sea para reemplazar a alguien que ganaba más, pero cuyo sueldo resulta excesivo para el volumen de ingresos. No le gusta esperar afuera porque de vez en cuando llega alguien a preguntar a qué están aplicando, llama a alguien más al celular y le dice que llegue rápido con su carpeta.
Después de casi una hora, ingresa y hasta tiene un asiento disponible para seguir esperando a que entrevisten a los aspirantes que llegaron antes. Los tasa a todos y con base en su aspecto, la actitud y la esperanza, calcula que su competencia directa son otros tres. Se los ve aniñados, elegantes y seguros de sí mismos. Su carpeta se ve gorda, o sea que han trabajado o estudiado mucho. Son de esos que imponen su presencia y destacan. Ojalá sean pura pantalla y no tengan el mismo talento y experiencia.
Johny chequea su hoja de vida y se da cuenta de que allí no consta todo lo que ha hecho. Cuando tiene la oportunidad, cachuelea, pero son tareas de un día en las que ni siquiera conoce las oficinas de su empleador. A veces, mira memes que se parecen a su vida: dicen que le quieren pagar cuando tengan ventas, o que necesitan un diseñador junior con experiencia de community manager, director y editor de videos, corrector de estilo, sonidista, zanquero y que sepa hacer malabares con machetes. Lo quieren todo y algunos no pagan ni el seguro social.
“Me despierto bien temprano y postulo por medio de aplicaciones como Multitrabajos, Linkedln, etc. De todas estas postulaciones, solo he recibido dos llamadas a entrevistas de trabajo, pero no pasan de eso, de entrevistas y nada más”. Hace poco lo llamaron para la etapa de pruebas y eso lo emocionó porque sus entrevistadores fueron amables y comprensivos.
Pero un par de días después lo llamaron para decirle que no pasaba a la siguiente prueba. Seguramente el cargo lo obtuvo alguien con mucha más experiencia y maestría, tal vez una persona sobrecalificada para el puesto, pero que igualmente ha estado sin trabajo durante todo este tiempo y le tocó aceptar un sueldo menor al que tenía antes de la covid-19.
Llega su turno y se sienta frente a una señora que no parece muy interesada en conocerlo, menos en contratarlo. Ella revisa la hoja de vida y le hace preguntas mecánicas para corroborar el texto. Es temprano pero se la ve aburrida. Al principio resultaba más frustrante buscar trabajo porque todo se hacía en línea.
La despersonalización reduce las esperanzas de que a uno lo vean, lo reconozca tal vez un amigo del colegio, o al menos pueda dar una buena primera impresión. La señora le pasa a Johny un test psicológico y luego otro con preguntas relacionadas al diseño gráfico. Johny sabe que responderá bien, correctamente, pero no es cuestión de conocimientos sino de competencia y hay muchos haciendo fila.
Mientras tanto, se acumulan las deudas, los pagos pendientes de las tarjetas de crédito, demasiados como para aplicar solo a empleos vinculados a su profesión. Pero no consigue nada, ni para acomodar perchas en el supermercado. Pasó del taxi al bus y del bus a la caminata. Sigue postulando para lo que haya. Los cachuelos alivian un poco, pero todo lo que quería hacer antes quedó en nada. La idea de hacer una maestría es tan lejana como la vida antes de la pandemia, cuando todo parecía más fácil, el mundo era menos violento y Johny se daba el lujo de hacer planes.
Su hoja de vida se estanca peligrosamente, compite con quienes perdieron el trabajo durante la pandemia pero también con una nueva generación de profesionales, jóvenes llenos de energía que están dispuestos a trabajar mucho y ganar poco si es lo que hay que hacer para ganar experiencia y poder, algún día, cobrar más. Da lo mismo que sean licenciados en Administración de empresas, economistas, abogados o aspirantes a meseros.
Otra opción es aceptar un trabajo para el que está excesivamente sobrecalificado, pero en ese ámbito la competencia es mayor debido a la migración y a la deserción universitaria.
No queda más que seguir enviando su hoja de vida como si fuera el boleto de una rifa y esperar esa llamada, como en El coronel no tiene quien le escriba. Cada mañana se levanta, revisa su correo electrónico, chequea las ofertas laborales en línea y se va a atender un rato a su padre. Cuando lo llamen llegará a la entrevista con su portafolios de diseños, su hoja de vida y la esperanza que todavía no pierde. “Esto pasará pronto”, repite de vez en cuando con la convicción de los primeros días. Se sienta en la última fila del bus y observa a la gente que va a pie. No quiere pensar cuántos están pasando por lo mismo.
Johny se baja del bus y camina hacia su casa. Por suerte, al llegar, no hay nadie allí para preguntarle cómo le fue.
Está pegao
Publicado en revista Mundo Diners, AGOSTO 1, 2022
Estamos a una cuadra de una Unidad de Policía Comunitaria en el centro del puerto principal y CarolinaQuil pega unas figuras de Mitsuki, personaje que funciona como su avatar y suele realizar todo tipo de actividades cotidianas o de fantasía, desde aeróbicos a caminatas espaciales. En la pared hay también pósteres que cuestionan a la sociedad y hablan del punk y de rebelarse contra el sistema. Ella hace paste up, un arte efímero, en Guayaquil, una ciudad de lo efímero.
Carolina tiene prisa y parece que está en una especie de trance porque no responde ni habla. Solo pega en silencio, con movimientos que parecen de esgrima. Casi de inmediato se estacionan frente a nosotros una camioneta y una moto del municipio. Pitan y nos miran con cara de malotes, pero los ignoramos. Se quedan observando todo.
Solo entonces me percato de que en el edificio de enfrente hay alguien observando desde la ventana. No se puede ver quién es. Solo se atisba su silueta tras la cortina. Cuando termina de pegar, Carolina me dice que no se había percatado de la presencia de los municipales. Agarra sus cosas y camina de prisa, aprovechando que el semáforo está en rojo.
Fotografía: Amaury Martínez
Una de las características más distintivas de Guayaquil es su cambio permanente, los pequeños detalles de la ciudad que desaparecen para dar lugar a algo nuevo. Hay algo de efímero en el paisaje, a pesar de que la ciudad es siempre la misma. Edificios que desaparecen poco a poco por las lluvias, negocios que cerraron después de décadas, y espacios fantasmas como la esquina de almacenes Briz Sánchez en ciudadela La Alborada, que se niegan a despegarse de la memoria y siguen como referentes geográficos a pesar de que no existen desde hace muchos años.
Estamos tan acostumbrados a los pequeños cambios, que difícilmente nos percatamos de otros más leves. En los postes, paredes, bordillos y señalética, de improviso aparecen stickers y afiches cuya función no es anunciar un evento u oportunidad de negocio. Son arte.
El paste up no requiere la validación de las galerías y museos para destacarse. Las imágenes con textos breves empiezan a competir poco a poco con los grafitis y con el gris. Se dibuja en un soporte, usualmente papel bond, y se pega después en una superficie. Los lugares ideales son paredes, pasos a desnivel, puentes, postes, cristales, siempre en lugares de alto tráfico, de preferencia peatonal. En cualquier lugar donde se pueda dejar una huellita de arte.
Carolina es una de las pocas mujeres que se dedican a esto en Guayaquil. Es diseñadora gráfica en el día y artista en la noche. Empezó en 2018 con la pegada de stickers y un año después también se inició en el paste up con formatos de mayor tamaño. Además de su personaje Mitsuki, tiene una serie de dibujos abstractos que combinan personas, animales y plantas para hacer del surrealismo y la sicodelia su marca personal.
Caminamos hacia el malecón. El patrullero y la moto se quedan atrás. Tal vez nos tomaron fotos para algún informe. No lo sabemos. Alguien nos sigue viendo desde las cámaras de seguridad, y de eso no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas. Pasamos por un muro grafiteado y CarolinaQuil aprovecha para dejar su huella. Embadurna de goma la pared y el papel y, mientras termina, analiza los otros espacios disponibles para poner algo más, respetando siempre la obra que alguien dejó antes que ella.
Se trata de un acto rápido, casi de prestidigitación. Lo hace todo con una prisa que hace pensar en ese espíritu tan punk de hacer algo que se va contra el sistema, contra la norma. O tal vez simplemente se acostumbró a correr desde los tiempos de confinamiento. Ella cuenta que salir en pandemia fue más complicado porque obviamente había que escoger horas específicas y, como estábamos encerrados, era de pegar y correr.
Ahora digamos que es más tranquilo en el sentido de la “libertad”. En pandemia era más desahogo por el encierro. “Pegar en la calle es como dejar huellas o pistas para encontrar a alguien”, comenta al paso mientras pone pegamento sobre el papel.
Al fondo, a sus espaldas, está la calle Panamá, un lugar que se ha renovado hasta el infinito. De los puentes sobre el manglar pasó a ser zona de secado de cacao, barrio semiabandonado y ahora zona rosa. Todavía quedan vestigios de lo que fue antes, en paredes, casas, palmeras y museos que resaltan entre los edificios nuevos como costras de papel que resisten a la lluvia y al viento.
En contraparte la ciudad se renueva como los spots. Sea por los incendios, la destrucción de patrimonio o simplemente por el progreso económico individual, siempre hay un edificio nuevo para ver. Hay barrios, como Urdesa, cuyas fachadas cambiaron radicalmente encima de la infraestructura original cuando el barrio se volvió comercial.
Avanzamos a la estación de la Aerovía, ubicada en la esquina de lo que antes fue una piscina pública y antes de eso fue aduana, y antes fue tal vez una cantina sobre palos de mangle, y antes, solo manglar. Allí, en la base del poste de la Aerovía, hay decenas de afiches y stickers. Es uno de los spots favoritos de CarolinaQuil.
Mira hacia la estación por si hay algún guardia de seguridad, abre su carpeta, saca varios dibujos y los pega con goma. Siempre con prisa. “Cuando empecé a pegar salíamos entre dos personas, éramos superconstantes como hasta ahora, y eso nos llevó a conocer y descubrir más personas que lo hacían”, dice. Ahora están organizados en un colectivo, el Colectivo de Guayaquil, que todavía no tiene nombre.
Son chicos de entre diecinueve y 34 años, casi todos hombres, estudiantes y profesionales vinculados a las artes y el diseño gráfico, que se reúnen entre jueves y domingo en algún spot propuesto y llevan su arte.
En cuanto al formato, casi siempre ahorran costos usando imágenes en blanco y negro, cuyos tamaños van del A3 al A5 y deben combinar cuando quieren algo más grande. Pero también hay dibujos chiquititos de tiburones, cómics y frases antisistema que no se pueden ver claramente desde un vehículo con el semáforo en verde. Son para transeúntes.
Cuando salen a pegar son los vecinos del barrio los que a veces llaman a la policía, pero no hay razón para arrestar a personas que intentan embellecer la ciudad, mucho menos en estos tiempos, en que la prioridad debe ser la lucha contra la delincuencia. Las ordenanzas prohíben grafitear, pero no mencionan al paste up, excepto en propaganda electoral. Cuando se les acercan los policías, los chicos simplemente dicen que están haciendo un proyecto de la Universidad de las Artes y ya con eso los dejan en paz.
“Le tengo más miedo a la gente que nos ve, a los vecinos, porque la policía se queda tranquila. Nos han dicho de todo… que lo que hacemos es del diablo y cosas así”, explica la artista. Si prohibieran su actividad, tendrían que prohibir todo tipo de pósteres, pero en nuestra ciudad todavía está arraigado su uso como estrategia publicitaria. Por ahora, aprovechan esa zona gris en las ordenanzas que les permite seguir en lo suyo sin temor a las persecuciones.
El Colectivo no es el único. Las salidas no siempre son en grupo. Cuando Carolina pegó su primer sticker cerca de su casa, ya había otros pegados por allí. Mucho de lo que se ve en las calles no fue hecho por los integrantes de su Colectivo y no tienen idea de quién es el artista. Solo conocen su obra. Tal vez la ventaja sea que no se pelean.
No hay los celos artísticos que se dan en la poesía o el grafiti y todavía no llega nadie a vandalizar sus obras o taparlas con algo nuevo para buscar polémica. Todavía hay muchos spots libres en la ciudad y sería chévere que hubiera más para que cada quien deje allí su estética particular.
Desde 2018 hay más gente que reconoce el trabajo de CarolinaQuil y ya hay quien le compra sus diseños en ferias y mercaditos. El plan no es hacerse millonaria con sus ilustraciones, pero sí le agrada saber que hay gente dispuesta a pagar por algo a lo que le ha puesto tanto esfuerzo y dedicación.
Gente que por un momento dejó del lado el celular y se dedicó a ver la ciudad, aprehenderla. No les interesa tanto estar en un espacio institucionalizado y mediado por curadores porque el público al que llegan no es tan numeroso como el que tienen en una calle, donde hay más libertad. Quieren llevar su visión del mundo a las calles y así quieren estar, aunque no dure, porque la lluvia, el viento y la contaminación causan estragos en poco tiempo.
arte paste up: mitsuki
La fama no les llama la atención. Tampoco la validación de la academia o de la crítica de arte contemporáneo, y mucho menos el debate sobre el valor artístico de su trabajo. Lo que sí les gusta es la idea de quedarse en la memoria de alguien más, de haber contribuido a que alguien se detuviera un par de minutos para tomarse fotos en un lugar bacán que ellos crearon.
Mientras registramos la pegada fuera de la estación de la Aerovía, un grupo de adolescentes que estaba por tomar la Metrovía se acerca y algunos de ellos empiezan a tomarse selfis delante del spot. Ignoran que la autora de algunas de esas obras está allí. Simplemente les gustaron los dibujos y quieren llevarse un recuerdo.
Puede que alguno de ellos se decida a hacer sus propios dibujos y se lance después a la aventura. O tal vez sea el policía que perseguirá a las nuevas generaciones de artistas de la calle. O tal vez sea parte de esa mayoría que por un segundo se desentiende de su celular y encuentra algo que le hace sonreír en una pared céntrica.
El arte del paste up dura lo que dura en la calle y eso es lo bacán de la ciudad. Un día sales y encuentras una cosa y al otro día encuentras otra, dice Carolina mientras chequea la obra que alguien más dejó hace tiempo y que ya empieza a ponerse amarillenta, descascararse, perder color. Eso, suponiendo que no llueva. Ese es el espíritu de lo que es Guayaquil.
El cambio permanente en una ciudad que pasó de casas interconectadas por puentecitos precarios sobre el manglar, a una ciudad que se interconecta a través de la aerovía con el otro lado del río. Y allí, en las columnas que sostienen esa aerovía, CarolinaQuil y sus panas dejan su huella, su arte, sus ideas plasmadas en la brevedad para que sean admiradas al paso por los transeúntes.
Cómo se bautizan las especies
Publicado en revista Mundo Diners, ABRIL 1, 2022