El niño no conversa. No saluda a nadie, ni siquiera a los mayores. Hay otros niños que tampoco lo hacen, pero ellos se sienten culpables porque saben que les espera un castigo si en casa se enteran. Es el que llega en jean a la escuela porque no le gusta la tela del uniforme. Tampoco quiere usar pañuelo porque cree que los pañuelos tienen microbios y cuando los otros niños sacan su pañuelo para bailar, él se aleja, como si los microbios fueran a salir volando.
Los otros no le dan importancia a nada de eso, a veces hasta juegan a escupirse entre ellos y cuando se enferman de gripe, no usan el pañuelo para no ensuciarlo. Observo eso pensando que ese niño, que soy yo, no tendría que ir a la fiesta en estos tiempos. Y me darían la razón al preferir la distancia, sobre todo si alguien estornuda. Distancia social. Término inexistente a principios de los ochenta, sobre todo en matinés de cumpleaños, esos preludios del rito de la conquista, espacios para presumir y vivir el momento porque nadie tenía celular, y unos pocos tenían su propia cámara fotográfica. Las fotos las toman el fotógrafo, que llegaba más o menos a la hora de repartir la torta y tomaba unas pocas fotos. Las estrictamente necesarias.
Algunos han llegado con ropa nueva, el pelo cortado, la colonia del papá y los zapatos lustrados. Con los mejores regalos, porque eso también es señal de estatus. Algunos niños han llegado solos y eso los hace ver superiores a los demás, sobre todo cuando algún adulto resalta su independencia. El niño llegó solo, pero sin gritar, sin presumir. No le interesa participar en ese juego de roles. No le interesa impresionar a nadie. Los otros han ensayado en casa. Algunos recién aprenden a bailar. Están decididos a hacerse ver, demostrar algo de talento, que hasta los adultos resalten su talento.
Esto es, o al menos pretende ser una autoetnografía, pero al verme como el otro, me cuesta decir que ese que está aburrido en la fiesta soy yo, así que me seguiré llamando "el niño". Aún me aburren las fiestas. Aún me molesta el ruido. Nunca me gustó esa música y nunca me esforcé por impresionar a nadie. Pero ese niño igualito a mí, pero sin arrugas, no soy yo. Como decía el vecino Heráclito, "uno sí se aburre dos veces en la misma fiesta". Uno puede aburrirse al vivirla y al recordarla.
El niño se queda cerca de la puerta para huir. Está aburrido desde que llegó, pero no se va. Sigue allí esperando la torta y la sorpresa, que están en la mesa junto a los bocaditos, los sánduches y las botellas de cola. El niño ve la mesa tambalearse cada vez que los otros niños llegan a agarrar los caramelos y las galletas. En cualquier momento se van a caer las botellas y se van a romper. Ojalá sirvan cola antes.
La casa es de caña y se puede ver la calle por las rendijas. El niño, aburrido, observa quién llega, como si esperara a alguien, pero en realidad no le importa. Preferiría estar en su casa, viendo televisión. La casa es pequeña, pero han movido la mesa y ahora la sala es una gran pampa, con las sillas pegadas a las paredes. Un señor cruza la sala bailando sin música y enciende un tocadiscos que está junto a varios LP en una mesita de madera que asoma por una de las habitaciones. Allí no estorba y domina todo el espacio. El señor sabe que todo el mundo lo observa y se toma su tiempo, se instala en un banco y observa a todos lados mientras baila sentado y espera que el disco empiece a sonar mientras le sonríe a su esposa. No lo sabe, pero su acto marcará a las nuevas generaciones, porque "las cumbias vienen naturalizando roles de género y perpetuando la violencia contra la mujer con el aval de los mayores desde hace décadas". El señor no tiene la más mínima intención de perpetuar el dominio del hombre sobre la mujer. Eso lo asume como un hecho en el que ni siquiera hace falta pensar. No existe una organización secreta, o un movimiento filosófico, mucho menos un Gobierno promoviendo la alineación cultural y formando. Las nuevas generaciones de machistas mediante la música. Solo sucede.
La Niña ha llegado a la sala con sus amigas. Estaban en otra habitación abriendo los regalos de la cumpleañera, pero salieron cuando empezó la música…
“No llevo para mi casa una mujer baracunátana”...
La Niña ve al niño y le sonríe, pero él no se da cuenta. La observa. “Tiene cara de bobo”, le dice la cumpleañera a la niña. Agrega que no lo quería invitar, pero la obligaron. Él tampoco quería venir, pero también lo obligaron. El niño y la niña llegaron casi juntos y es por eso que él no llamó la atención. La cumpleañera recibió su regalo con desgana y se puso a conversar con la niña, para luego llevársela a la habitación donde estaba abriendo los regalos. La niña usa una colonia que huele a chicle. O tal vez no es colonia. Realmente huele a chicle. El niño nunca lo sabrá porque nunca volverá a estar tan cerca de ella.
…“Anoche te vi, había otro que te chequeaba”
Cerca de la refri, hay un tipo extraño. Toma notas en su libreta. Se viste algo raro a pesar de que usa jeans, camiseta y gorra. Se cubre la boca todo el tiempo. Nadie más parece verlo todo con la misma comprensión inconcebible. Él sabe algo que nadie más sabe. Ese sí soy yo, y este ejercicio de memoria resulta más cómodo si imagino que estoy allí. Que puedo ver ese pasado estando allí, y también lo que pasó después.
Después de 20 años, durante un velorio, la cumpleañera intentará decirle al niño que le caía mal porque siempre la ignoraba, pero él no la escuchará porque estará pensando en otra cosa.
... “farisea, gorzobia, baracunata, cucharamí”...
En 40 años, ella me lo dirá finalmente, pero le diré que no la recuerdo, que no sabía que nos conocíamos. Tal vez la cumpleañera piense que es una estrategia para mantener a salvo el ego, pero no. El niño seguirá siendo bobo cuando sea yo. Tal vez más. Depende de quién observe.
“se oye en la lejania ¡tambor!”...
La Niña observa al niño. No le importa lo que la cumpleañera y las otras niñas dicen. Quiere que él la invite a bailar. Se mueve lentamente. Nunca lo sabrá, pero baila igual que la niña de Jo Jo Rabbit, escuchando una canción cuya letra no entiende bien… el momento se va para siempre, pero no de la memoria, sino de la posibilidad de ser registrado.
"Incluso el día de ayer queda más allá de nuestro alcance: el baile, el sexo y los sentimientos que evocan son demasiado personales y fugaces, demasiado fantásticos y mundanos como para ser contenidos por la documentación".
“El dindún de tu corazón”...
La mamá de la niña sale con una olla de arroz con pollo. No es la organizadora del baile, es solo una invitada, pero ha tomado las riendas del evento porque la mamá de la cumpleañera es quedada. Al ver a su hija, deja la olla en la mesa y empieza a agarrar a los niños para que bailen con las niñas. No es la piñata. No es la torta. Esta es la parte más importante de la fiesta.
...“la cumbia del amor. La cumbia del amor”…
Los más lanzados acceden inmediatamente, pero el niño, el objetivo, se ha parado junto a la puerta del patio y se aleja antes de que la señora se le acerque. La mamá mira a la niña de reojo y dice “Déjalo que es montubio”. Le busca pareja a la hija. El más limpio, el de la ropa más nueva y cara. El que parece ser más popular. El mejor prospecto.
Una botella cae al piso y su contenido se derrama junto a la mesa mientras los niños que lo provocaron se alejan asustados. El señor de los discos grita “Viva la santa” y baja el volumen. La mamá de la niña grita “1, 2, 3… estatuas”. Nadie se mueve hasta que llega otro señor con una escoba y un periódico. Vuelven a subir el volumen:
… “Yo no lo creo, ni lo creeré. Es imposible que eso sea cierto”…
La mamá de la Niña agarra al descuido a uno de los niños del grupo que no baila y lo lleva a media pista. Baila con él y al paso, agarra a una niña. El bailarín asume este rito como una oportunidad. Baila. Domina la pista. Domina a su pareja, porque como dice Mercedes Liska, el baile está para "regular los comportamientos en ámbitos públicos, y ordenar y homogeneizar las relaciones entre mujeres y hombres a través de la norma heterosexual y la representación de la superioridad masculina".
Liska se refiere al tango, pero aplica para todo. En muchos años, los niños a quienes unieron en ese baile serán pareja, pero ella lo va a dejar porque él salió golpeador como el papá. Hay otros que tampoco bailan, pero después se sabrán la coreografía del Meneíto, la Lambada y la Sopa de caracol. La mitad de ellos también pegarán a sus parejas. Los otros, solo les gritarán o se burlarán de ellas y pensarán que eso es aceptable. “eres tan fea y coqueta, vacilas más que mi orquesta”.
En otro mundo, en Estados Unidos, la música negra había empezado como una expresión reivindicativa de reacción ante la política neoliberal y excluyente de Reagan. Pero se quedó en el hipermasculinismo, igual que la cumbia. "El necroempoderamiento nigga se apoya en el hipermasculinismo, la homofobia y la transfobia, a expensas de todos aquellos cuerpos que se desvían de la norma heteropatriarcal".
El niño intuye que hay una intención política en las letras de las canciones, pero no sabe de patriarcado. Los demás tampoco. Sus Yo no pueden elucubrar como yo cuando los observo. Son recuerdos. Personajes de una película que está en mi cabeza, y como yo la dirijo y exhibo, paso por alto la diversión, las risas, el hecho de que alguno de ellos agarró confianza porque una señora le dijo que baila bien. Que otros se enamoraron, vivieron felices y tuvieron lo que se dice una vida plena. La subjetividad impregna todo este proceso de observación y le quita sentido de la realidad. Pero yo, el observador, vengo del cine. He hecho documentales y comparto el criterio de que todo es subjetivo porque es el director quien decide qué contar, cómo hacerlo, qué omitir y a qué personajes recurrir. Y ahora, con un título universitario de por medio, es inevitable hablar de una intencionalidad y una mirada política a todo lo que digo y todo lo que omito. A las canciones que elijo y al momento de la fiesta que rememoro.
"Qué lindo es tu cucu, sabroso tu cucu, qué lindo es tu cucu, me arrebato con tu cucu"
A quién se le ocurre observar una fiesta. Las trenzas, los zapatos recién lustrados, la colonia en exceso, los manteles de plástico, las letras de cartón, los adornos de papel cometa, el arroz con pollo… Tal vez lo único interesante de volver a ese momento, a ese lugar, es poder recordar el verdadero sabor de la Coca cola, de los Barrilitos OK, pero las botellas se rompieron y la cola empapó el periódico en que salió la noticia del accidente del presidente.
…. “Yo me quiero tomar un café con ron”...
A ratos, me hago a la idea de que me he integrado, pero lo veo todo con ojos cargados de futuro. De prejuicios. De falsos recuerdos. De historias que nunca ocurrieron, pero que resultaban más interesantes que el simple “el niño llegó a la fiesta, o habló con nadie, le hicieron ojitos y lo querían sacar a bailar, pero él no se dio cuenta y regresó a casa con un pedazo de torta y un juguete barato”. Tal vez habría sido más interesante hablar de otra fiesta, esa en la que hicieron correo del amor y recibí varios mensajes, o aquella borrachera en la que una compa me llevó a su departamento. O la de mi cumpleaños, esa de la que tengo un recuerdo muy lejano y requeriría un ejercicio de memoria más elaborado. Pero no.