martes, diciembre 13, 2022

#NoHayKamello: La búsqueda de trabajo después de la covid-19


Publicado en revista Mundo Diners, NOVIEMBRE 1, 2022D, EDICIÓN 486



Ilustración: Beto Val.


El desempleo es una de las principales preocupaciones de los ecuatorianos. Los ahorros se acaban y las deudas crecen. Salimos de casa con la esperanza de que alguien más confíe en nosotros, pero eso, tan sencillo, parece imposible.


Johny tiene 33 años. Sale de su casa bien vestido, perfumado, con un pequeño portafolios bajo el brazo y la convicción de que este será un gran día. Agarra el bus en la esquina y se sienta del lado en que, según sus cálculos, no le va a pegar el sol, pero se equivoca y termina en el costado soleado. Todavía no aprende la maña, no está muy acostumbrado a andar en bus.


Llega a un sector de oficinas en el norte de Guayaquil y camina varias cuadras, calmado y buscando la sombra para no transpirar. Como no conoce bien la zona mira permanentemente hacia todos lados por si hay un asaltante, pero no. Solo hay gente que camina a toda prisa. Llega a un edificio y encuentra a varias personas muy parecidas a él. Elegantes, perfumadas, esperanzadas y francamente desesperadas. Buscan trabajo y la fila ocupa casi media cuadra.


Johny estuvo en la banda de guerra, el equipo de baile folclórico y la selección de fútbol de su colegio, del que fue uno de los mejores estudiantes. La pasó chévere, hizo panas. Durante sus estudios universitarios no trabajó y pudo graduarse de diseñador gráfico con excelentes notas. Le tomó cuatro meses conseguir un empleo en el que duró cuatro años y medio. Tuvo suerte con el ambiente laboral, horarios y sueldo, tanto así que estaba considerando comprarse un carro, viajar o hacer una maestría.


Entonces, al otro lado del mundo, un animal todavía no identificado contagió a un humano en el mercado mayorista de Hunan, y la enfermedad se propagó a nivel mundial. Johny pensó que iba a estar encerrado un tiempo, que todo volvería pronto a la normalidad. Ese “pronto” fue siempre una abstracción en la que no pensaba mucho, pero los días pasaban y ese “todo” se ponía peor. Con el teletrabajo, se retrasaron los pagos durante meses, además, cerraron varios negocios y no hubo forma de conseguir ingresos adicionales.


Por su parte, Johny seguía recibiendo órdenes en el trabajo y sus jornadas duraban hasta medianoche. Pero era cuestión de tiempo. La notificación de despido, que ya esperaba, llegó más temprano que tarde. Johny se coló en las estadísticas: en junio de 2020, en plena pandemia, el desempleo alcanzó una tasa del 13,3 % que equivale a 1 009 583 desempleados.


“El día del despido fue muy fuerte para mí, ya que había vuelto de mis vacaciones. Tenía casi dos años sin recibirlas y las pedí porque no había mucho trabajo pendiente. Habían bajado las ventas y los contratos de la empresa, como en todos lados”, cuenta Johny mientras observa en su laptop el último encargo que le hicieron, el diseño de una publicidad para redes sociales antes de las vacaciones.


El día del despido no le pidieron hacer nada. A la hora de salir le dijeron lo que todo el mundo sabía y se repetía principalmente en empresas medianas y pequeñas: el dinero no alcanzaba para pagar sueldos, mucho menos el seguro social y tenían que dejar ir a parte del personal.


Para entonces el padre de Johny estaba enfermo, pero la empresa no estaba para guardar consideraciones porque sencillamente no tenían ingresos. Johny tomó sus cosas y se fue sin despedirse de sus compañeros. No fue el único en salir de ese trabajo y es probable que alguno de sus excompañeros se tope con él en otra entrevista laboral o en el bus.


El compañero que no perdió el trabajo, sea quien sea, probablemente hace también el trabajo de Johny y el de alguien más. Es la única forma de que no cierre la empresa, dicen jefes y accionistas. La pandemia arrancó oficialmente el primer trimestre de 2020, y en ese tiempo se registró un cierre de más de ocho mil empresas, pero para el último trimestre de ese mismo año, la cifra supera los once mil negocios cerrados.


Es probable que la fila que está haciendo Johny sea para reemplazar a alguien que ganaba más, pero cuyo sueldo resulta excesivo para el volumen de ingresos. No le gusta esperar afuera porque de vez en cuando llega alguien a preguntar a qué están aplicando, llama a alguien más al celular y le dice que llegue rápido con su carpeta.


Después de casi una hora, ingresa y hasta tiene un asiento disponible para seguir esperando a que entrevisten a los aspirantes que llegaron antes. Los tasa a todos y con base en su aspecto, la actitud y la esperanza, calcula que su competencia directa son otros tres. Se los ve aniñados, elegantes y seguros de sí mismos. Su carpeta se ve gorda, o sea que han trabajado o estudiado mucho. Son de esos que imponen su presencia y destacan. Ojalá sean pura pantalla y no tengan el mismo talento y experiencia.


Johny chequea su hoja de vida y se da cuenta de que allí no consta todo lo que ha hecho. Cuando tiene la oportunidad, cachuelea, pero son tareas de un día en las que ni siquiera conoce las oficinas de su empleador. A veces, mira memes que se parecen a su vida: dicen que le quieren pagar cuando tengan ventas, o que necesitan un diseñador junior con experiencia de community manager, director y editor de videos, corrector de estilo, sonidista, zanquero y que sepa hacer malabares con machetes. Lo quieren todo y algunos no pagan ni el seguro social.


“Me despierto bien temprano y postulo por medio de aplicaciones como Multitrabajos, Linkedln, etc. De todas estas postulaciones, solo he recibido dos llamadas a entrevistas de trabajo, pero no pasan de eso, de entrevistas y nada más”. Hace poco lo llamaron para la etapa de pruebas y eso lo emocionó porque sus entrevistadores fueron amables y comprensivos.


Pero un par de días después lo llamaron para decirle que no pasaba a la siguiente prueba. Seguramente el cargo lo obtuvo alguien con mucha más experiencia y maestría, tal vez una persona sobrecalificada para el puesto, pero que igualmente ha estado sin trabajo durante todo este tiempo y le tocó aceptar un sueldo menor al que tenía antes de la covid-19.




Llega su turno y se sienta frente a una señora que no parece muy interesada en conocerlo, menos en contratarlo. Ella revisa la hoja de vida y le hace preguntas mecánicas para corroborar el texto. Es temprano pero se la ve aburrida. Al principio resultaba más frustrante buscar trabajo porque todo se hacía en línea.


La despersonalización reduce las esperanzas de que a uno lo vean, lo reconozca tal vez un amigo del colegio, o al menos pueda dar una buena primera impresión. La señora le pasa a Johny un test psicológico y luego otro con preguntas relacionadas al diseño gráfico. Johny sabe que responderá bien, correctamente, pero no es cuestión de conocimientos sino de competencia y hay muchos haciendo fila.


Mientras tanto, se acumulan las deudas, los pagos pendientes de las tarjetas de crédito, demasiados como para aplicar solo a empleos vinculados a su profesión. Pero no consigue nada, ni para acomodar perchas en el supermercado. Pasó del taxi al bus y del bus a la caminata. Sigue postulando para lo que haya. Los cachuelos alivian un poco, pero todo lo que quería hacer antes quedó en nada. La idea de hacer una maestría es tan lejana como la vida antes de la pandemia, cuando todo parecía más fácil, el mundo era menos violento y Johny se daba el lujo de hacer planes.


Su hoja de vida se estanca peligrosamente, compite con quienes perdieron el trabajo durante la pandemia pero también con una nueva generación de profesionales, jóvenes llenos de energía que están dispuestos a trabajar mucho y ganar poco si es lo que hay que hacer para ganar experiencia y poder, algún día, cobrar más. Da lo mismo que sean licenciados en Administración de empresas, economistas, abogados o aspirantes a meseros.


Otra opción es aceptar un trabajo para el que está excesivamente sobrecalificado, pero en ese ámbito la competencia es mayor debido a la migración y a la deserción universitaria.


No queda más que seguir enviando su hoja de vida como si fuera el boleto de una rifa y esperar esa llamada, como en El coronel no tiene quien le escriba. Cada mañana se levanta, revisa su correo electrónico, chequea las ofertas laborales en línea y se va a atender un rato a su padre. Cuando lo llamen llegará a la entrevista con su portafolios de diseños, su hoja de vida y la esperanza que todavía no pierde. “Esto pasará pronto”, repite de vez en cuando con la convicción de los primeros días. Se sienta en la última fila del bus y observa a la gente que va a pie. No quiere pensar cuántos están pasando por lo mismo.


Johny se baja del bus y camina hacia su casa. Por suerte, al llegar, no hay nadie allí para preguntarle cómo le fue.

Está pegao

Publicado en revista Mundo Diners, AGOSTO 1, 2022


Estamos a una cuadra de una Unidad de Policía Comunitaria en el centro del puerto principal y CarolinaQuil pega unas figuras de Mitsuki, personaje que funciona como su avatar y suele realizar todo tipo de actividades cotidianas o de fantasía, desde aeróbicos a caminatas espaciales. En la pared hay también pósteres que cuestionan a la sociedad y hablan del punk y de rebelarse contra el sistema. Ella hace paste up, un arte efímero, en Guayaquil, una ciudad de lo efímero.


Carolina tiene prisa y parece que está en una especie de trance porque no responde ni habla. Solo pega en silencio, con movimientos que parecen de esgrima. Casi de inmediato se estacionan frente a nosotros una camioneta y una moto del municipio. Pitan y nos miran con cara de malotes, pero los ignoramos. Se quedan observando todo.


Solo entonces me percato de que en el edificio de enfrente hay alguien observando desde la ventana. No se puede ver quién es. Solo se atisba su silueta tras la cortina. Cuando termina de pegar, Carolina me dice que no se había percatado de la presencia de los municipales. Agarra sus cosas y camina de prisa, aprovechando que el semáforo está en rojo.



Fotografía: Amaury Martínez

Una de las características más distintivas de Guayaquil es su cambio permanente, los pequeños detalles de la ciudad que desaparecen para dar lugar a algo nuevo. Hay algo de efímero en el paisaje, a pesar de que la ciudad es siempre la misma. Edificios que desaparecen poco a poco por las lluvias, negocios que cerraron después de décadas, y espacios fantasmas como la esquina de almacenes Briz Sánchez en ciudadela La Alborada, que se niegan a despegarse de la memoria y siguen como referentes geográficos a pesar de que no existen desde hace muchos años.


Estamos tan acostumbrados a los pequeños cambios, que difícilmente nos percatamos de otros más leves. En los postes, paredes, bordillos y señalética, de improviso aparecen stickers y afiches cuya función no es anunciar un evento u oportunidad de negocio. Son arte.


El paste up no requiere la validación de las galerías y museos para destacarse. Las imágenes con textos breves empiezan a competir poco a poco con los grafitis y con el gris. Se dibuja en un soporte, usualmente papel bond, y se pega después en una superficie. Los lugares ideales son paredes, pasos a desnivel, puentes, postes, cristales, siempre en lugares de alto tráfico, de preferencia peatonal. En cualquier lugar donde se pueda dejar una huellita de arte.


Carolina es una de las pocas mujeres que se dedican a esto en Guayaquil. Es diseñadora gráfica en el día y artista en la noche. Empezó en 2018 con la pegada de stickers y un año después también se inició en el paste up con formatos de mayor tamaño. Además de su personaje Mitsuki, tiene una serie de dibujos abstractos que combinan personas, animales y plantas para hacer del surrealismo y la sicodelia su marca personal.


Caminamos hacia el malecón. El patrullero y la moto se quedan atrás. Tal vez nos tomaron fotos para algún informe. No lo sabemos. Alguien nos sigue viendo desde las cámaras de seguridad, y de eso no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas. Pasamos por un muro grafiteado y CarolinaQuil aprovecha para dejar su huella. Embadurna de goma la pared y el papel y, mientras termina, analiza los otros espacios disponibles para poner algo más, respetando siempre la obra que alguien dejó antes que ella.


Se trata de un acto rápido, casi de prestidigitación. Lo hace todo con una prisa que hace pensar en ese espíritu tan punk de hacer algo que se va contra el sistema, contra la norma. O tal vez simplemente se acostumbró a correr desde los tiempos de confinamiento. Ella cuenta que salir en pandemia fue más complicado porque obviamente había que escoger horas específicas y, como estábamos encerrados, era de pegar y correr.


Ahora digamos que es más tranquilo en el sentido de la “libertad”. En pandemia era más desahogo por el encierro. “Pegar en la calle es como dejar huellas o pistas para encontrar a alguien”, comenta al paso mientras pone pegamento sobre el papel.


Al fondo, a sus espaldas, está la calle Panamá, un lugar que se ha renovado hasta el infinito. De los puentes sobre el manglar pasó a ser zona de secado de cacao, barrio semiabandonado y ahora zona rosa. Todavía quedan vestigios de lo que fue antes, en paredes, casas, palmeras y museos que resaltan entre los edificios nuevos como costras de papel que resisten a la lluvia y al viento.


En contraparte la ciudad se renueva como los spots. Sea por los incendios, la destrucción de patrimonio o simplemente por el progreso económico individual, siempre hay un edificio nuevo para ver. Hay barrios, como Urdesa, cuyas fachadas cambiaron radicalmente encima de la infraestructura original cuando el barrio se volvió comercial.


Avanzamos a la estación de la Aerovía, ubicada en la esquina de lo que antes fue una piscina pública y antes de eso fue aduana, y antes fue tal vez una cantina sobre palos de mangle, y antes, solo manglar. Allí, en la base del poste de la Aerovía, hay decenas de afiches y stickers. Es uno de los spots favoritos de CarolinaQuil.


Mira hacia la estación por si hay algún guardia de seguridad, abre su carpeta, saca varios dibujos y los pega con goma. Siempre con prisa. “Cuando empecé a pegar salíamos entre dos personas, éramos superconstantes como hasta ahora, y eso nos llevó a conocer y descubrir más personas que lo hacían”, dice. Ahora están organizados en un colectivo, el Colectivo de Guayaquil, que todavía no tiene nombre.


Son chicos de entre diecinueve y 34 años, casi todos hombres, estudiantes y profesionales vinculados a las artes y el diseño gráfico, que se reúnen entre jueves y domingo en algún spot propuesto y llevan su arte.


En cuanto al formato, casi siempre ahorran costos usando imágenes en blanco y negro, cuyos tamaños van del A3 al A5 y deben combinar cuando quieren algo más grande. Pero también hay dibujos chiquititos de tiburones, cómics y frases antisistema que no se pueden ver claramente desde un vehículo con el semáforo en verde. Son para transeúntes.


Cuando salen a pegar son los vecinos del barrio los que a veces llaman a la policía, pero no hay razón para arrestar a personas que intentan embellecer la ciudad, mucho menos en estos tiempos, en que la prioridad debe ser la lucha contra la delincuencia. Las ordenanzas prohíben grafitear, pero no mencionan al paste up, excepto en propaganda electoral. Cuando se les acercan los policías, los chicos simplemente dicen que están haciendo un proyecto de la Universidad de las Artes y ya con eso los dejan en paz.


“Le tengo más miedo a la gente que nos ve, a los vecinos, porque la policía se queda tranquila. Nos han dicho de todo… que lo que hacemos es del diablo y cosas así”, explica la artista. Si prohibieran su actividad, tendrían que prohibir todo tipo de pósteres, pero en nuestra ciudad todavía está arraigado su uso como estrategia publicitaria. Por ahora, aprovechan esa zona gris en las ordenanzas que les permite seguir en lo suyo sin temor a las persecuciones.


El Colectivo no es el único. Las salidas no siempre son en grupo. Cuando Carolina pegó su primer sticker cerca de su casa, ya había otros pegados por allí. Mucho de lo que se ve en las calles no fue hecho por los integrantes de su Colectivo y no tienen idea de quién es el artista. Solo conocen su obra. Tal vez la ventaja sea que no se pelean.


No hay los celos artísticos que se dan en la poesía o el grafiti y todavía no llega nadie a vandalizar sus obras o taparlas con algo nuevo para buscar polémica. Todavía hay muchos spots libres en la ciudad y sería chévere que hubiera más para que cada quien deje allí su estética particular.


Desde 2018 hay más gente que reconoce el trabajo de CarolinaQuil y ya hay quien le compra sus diseños en ferias y mercaditos. El plan no es hacerse millonaria con sus ilustraciones, pero sí le agrada saber que hay gente dispuesta a pagar por algo a lo que le ha puesto tanto esfuerzo y dedicación.


Gente que por un momento dejó del lado el celular y se dedicó a ver la ciudad, aprehenderla. No les interesa tanto estar en un espacio institucionalizado y mediado por curadores porque el público al que llegan no es tan numeroso como el que tienen en una calle, donde hay más libertad. Quieren llevar su visión del mundo a las calles y así quieren estar, aunque no dure, porque la lluvia, el viento y la contaminación causan estragos en poco tiempo.


arte paste up: mitsuki

La fama no les llama la atención. Tampoco la validación de la academia o de la crítica de arte contemporáneo, y mucho menos el debate sobre el valor artístico de su trabajo. Lo que sí les gusta es la idea de quedarse en la memoria de alguien más, de haber contribuido a que alguien se detuviera un par de minutos para tomarse fotos en un lugar bacán que ellos crearon.


Mientras registramos la pegada fuera de la estación de la Aerovía, un grupo de adolescentes que estaba por tomar la Metrovía se acerca y algunos de ellos empiezan a tomarse selfis delante del spot. Ignoran que la autora de algunas de esas obras está allí. Simplemente les gustaron los dibujos y quieren llevarse un recuerdo.


Puede que alguno de ellos se decida a hacer sus propios dibujos y se lance después a la aventura. O tal vez sea el policía que perseguirá a las nuevas generaciones de artistas de la calle. O tal vez sea parte de esa mayoría que por un segundo se desentiende de su celular y encuentra algo que le hace sonreír en una pared céntrica.


El arte del paste up dura lo que dura en la calle y eso es lo bacán de la ciudad. Un día sales y encuentras una cosa y al otro día encuentras otra, dice Carolina mientras chequea la obra que alguien más dejó hace tiempo y que ya empieza a ponerse amarillenta, descascararse, perder color. Eso, suponiendo que no llueva. Ese es el espíritu de lo que es Guayaquil.


El cambio permanente en una ciudad que pasó de casas interconectadas por puentecitos precarios sobre el manglar, a una ciudad que se interconecta a través de la aerovía con el otro lado del río. Y allí, en las columnas que sostienen esa aerovía, CarolinaQuil y sus panas dejan su huella, su arte, sus ideas plasmadas en la brevedad para que sean admiradas al paso por los transeúntes.


Cómo se bautizan las especies

 Publicado en revista Mundo Diners, ABRIL 1, 2022 

Imagina que caminas por una arboleda y, de repente, encuentras una rana, una mariposa o un ave. Le tomas una foto y la comparas con todos los animales que se le parecen, pero no hay con qué comparar. Investigas, consultas y descubres que es una especie desconocida para la ciencia, y probablemente tiene en su piel o sus alas la cura para alguna enfermedad. ¿Qué nombre le pondrías? No hablamos solo del animalito que tienes frente a ti, sino de toda una especie. 

Elegir un nombre para nuevas especies suele ser sencillo, más de lo que parece. Usualmente se define con alguna referencia al sitio donde fueron descubiertas, a alguien importante en la conservación de la especie, a una característica particular o en honor a una persona significativa para quien la descubre. Hay especies como Pristimantis ledzeppelin, bautizada así en honor a la popular banda británica de rock, o Anolis nemonteae, por Nemonte Nenquimo, defensora de la naturaleza. Asimismo, hay científicos que han dado nombres más íntimos a las especies que descubrieron: la de un ser querido o su héroe de la infancia. 

En el Ecuador, el descubrimiento de nuevas especies es casi un tema cotidiano. Solo en 2020 se encontraron diecinueve nuevas especies de ranas y sapos, el 12 % del que se ha registrado en todo el mundo en ese año. Según la última revisión del estado anfibio mundial realizado por la Universidad de Berkeley, nuestro país es el que más especies ha descrito en los últimos cinco años, a pesar de las limitaciones de presupuesto y tecnología. 

Hace tiempo superamos las 643 especies de anfibios, 1699 especies de aves, 457 especies de mamíferos y 495 de reptiles. La institución que lleva el conteo oficial de las especies en el Ecuador es el Instituto Nacional de Biodiversidad (Inabio), creado en 2014, pero su presupuesto no permite un mayor trabajo en la descripción de nuevas especies, mediante, por ejemplo, la convocatoria a fondos concursables para investigación. 

Prácticamente, desde hace cuatro años, no hay fondos para realizar este trabajo, a pesar de que su importancia es evidente. Usualmente, la academia aporta con algo, pero con frecuencia los estudiantes van con recursos propios porque deben concluir su tesis de graduación. Muchos investigadores tienen la taxonomía como proyecto paralelo porque no hay fondos para los de este tipo. Se requiere un fondo mínimo para traslado, estadía y registro. 

El problema está en la voluntad política. Blanca Ríos-Touma es ecóloga acuática y al menos dos veces al año sale a explorar los Andes ecuatorianos junto con sus estudiantes y colegas. Ella considera que sería más eficiente otorgar fondos para proyectos pequeños de registro. En el bosque protector Los Cedros, en la provincia de Imbabura, se estima que podría haber unas treinta o cuarenta especies esperando a ser descubiertas. Comprensible, considerando que es una de las zonas más biodiversas del mundo. 



Blanca Ríos-Touma Es experta en ecosistemas acuáticos y al menos dos veces al año sale a explorar los Andes ecuatorianos junto con sus estudiantes y colegas. Fotografías: Ronald Salazar. 

Los Cedros no es el único lugar factible; de entre todos los lugares con mayor potencial para descubrir nuevas especies son los bosques de los Andes tropicales, “donde la geografía tiene tantos lugares separados por valles, o montañas y se espera que en estas condiciones haya mucha diversidad y especies exclusivas de cada sitio”. En Los Cedros, Ríos-Touma descubrió y catalogó la Atanatolica decouxi, un insecto que vive en rocas cercanas a las caídas de agua de las cascadas y, cuando está en estado larval, construye un capullo blanco que abandona poco después, cuando le crecen las alas. 

Para encontrarla partió en una primera expedición con sus colegas Ralph Holzenthal, Andrea Encalada y Raúl Acosta. En la cascada de La Plata encontraron muchas larvas y, aunque no lograron colectar especímenes adultos, sabían que con mucha probabilidad era una nueva especie, y la nombraron en honor a José DeCoux, un ambientalista que ama, administra y protege la reserva desde hace décadas. 

La científica volvió poco después con sus estudiantes de la maestría de Ecología Tropical en la que daba clases y usó trampas de luz para atrapar insectos adultos. A pesar de lo poético del nombre, una trampa de luz puede ser tan simple como una tela blanca que rodea una luz artificial para que los insectos se queden en la tela mientras buscan, precisamente, la luz. Llevaron a los insectos al museo, donde diseccionaron su aparato sexual y los compararon con especies similares ya descritas. 

Cuando se las encuentra por primera vez es difícil saber si se trata de nuevas especies y confirmarlo podría tomar años. Si se determina que se trata de una especie diferente, se procede a describirla, resaltando las diferencias con las especies cercanas. La satisfacción de describir una nueva especie va más allá del mero hecho de tener otra publicación indexada en revistas científicas. 

El ser humano cambia al saber que es la primera persona que mira a los ojos a ese animalito, en un encuentro que puede ser el principio de la salvación y conservación de esa especie, como hicieron precisamente en Los Cedros, donde la comunidad ganó un juicio histórico contra la minería y uno de los principales argumentos fue la presencia de especies amenazadas.

El trabajo de laboratorio es vital para confirmar resultados del análisis morfológico. Uno de los mayores expertos en el tema es el científico Santiago Ron, que ha estado describiendo especies desde 1999 y tiene ya 75 descritas. Forma parte de Arca de Noé, el programa más ambicioso y efectivo de registro de nuevas especies en el Ecuador, que desde 2008 se ha mantenido con fondos de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), Senescyt y otras instituciones nacionales y del exterior. 

Santiago ha realizado mucho trabajo de campo, pero últimamente ha estado más dedicado a la docencia y al trabajo de laboratorio. Allí extrae el ADN de la especie que sospecha es nueva, lo amplifica y luego se lleva las muestras al exterior para realizar la secuenciación y comparar con las especies ya descritas.

Muchas veces, en esa etapa, se determina que la especie investigada ya ha sido descrita, pero no en el mismo sector. Santiago explica que la secuenciación se realiza fuera del país debido a que resulta más barato y, a pesar de la urgencia por describir todas nuestras especies, el Ecuador no cuenta con el equipamiento adecuado. Vale destacar que el descubrimiento de nuevas especies no es el único uso para esa tecnología, ya que se podría realizar todo tipo de estudio genético.


Santiago Ron es biólogo especializado en anfibios. Su favorita es la Cruziohyla craspedopus o rana de hoja amazónica.


Ríos-Touma y Ron coinciden en que el turismo comunitario podría ser una opción para ayudar a preservar las especies, pero aclaran que esta actividad podría resultar contraproducente con especies en peligro crítico. La especie favorita de Blanca es Leucotrichia riostoumae, un insecto con elegantes manchas en su espalda, bautizado en su honor por sus colegas.

La favorita de Santiago es la Cruziohyla craspedopus, conocida como rana de hoja amazónica y muy difícil de localizar debido a sus hábitos nocturnos. Para divisar esta y otras, ya hay hoteles que organizan expediciones nocturnas en las que los turistas pueden encontrarse con animales tanto o más fabulosos, seres cuya belleza compite con la de los mejores paisajes del mundo.

Además, adentrarnos en una selva libre de contaminación nos ayudaría a tener una mejor perspectiva de nuestra huella en el mundo. Si no hay tiempo para viajar hasta una reserva, pueden conocer las ranas arlequín que crían en el Centro Jambatu, en pleno San Rafael.

Quienes están en contacto permanente con la naturaleza podrían tener una nueva especie a su lado sin saberlo. Podrían ayudar a encontrar las nuevas especies gracias a una herramienta efectiva que simplemente tienen que descargar en su celular. Se trata de iNaturalist, aplicación que permite observar y sugerir observaciones de especies animales y vegetales. Ese podría ser el primer filtro para llamar la atención sobre nuevas especies que están allí esperando que llegue alguien a ponerles nombre.

Y mientras llega ese día, sirve para conocer las que tenemos a nuestro alrededor, especies que se puede conocer en el portal Bioweb, el mayor repositorio público de información sobre la biodiversidad de este país. Puede ser que en poco tiempo las nuevas especies sean descritas por un grupo de científicos, pero descubiertas por alguien que simplemente se detuvo a contemplar su alrededor. Los nuevos cazadores de especies tienen cada vez más recursos a su disposición.

Según la Biblia, ponerle un nombre a las especies de animales fue uno de los primeros oficios de Adán en el paraíso. Salvar a los animales y ayudarlos a multiplicarse fue el último oficio prediluviano y el primero cuando paró la lluvia. Imagina que estás junto a una cascada en el bosque y de repente se posa en tu mano un escarabajo que se ha cansado de volar.

Lo chequeas con el iNaturalist y compruebas que nadie lo ha descrito antes. Cuando confirmen en el laboratorio tu descubrimiento, podrás darle un nombre al escarabajo, el que quieras. ¿Cuál será ese nombre? 



Especie de rana terrestre. 
La especie de rana terrestre fue hallada en la comunidadde Río Blanco en la cordillera del Cóndor y fue bautizada como Pristimantis ledzeppelin, en honor a la mítica banda de rock británica Led Zeppelin.

jueves, septiembre 22, 2022

La cumbia del amor

El niño no conversa. No saluda a nadie, ni siquiera a los mayores. Hay otros niños que tampoco lo hacen, pero ellos se sienten culpables porque saben que les espera un castigo si en casa se enteran. Es el que llega en jean a la escuela porque no le gusta la tela del uniforme. Tampoco quiere usar pañuelo porque cree que los pañuelos tienen microbios y cuando los otros niños sacan su pañuelo para bailar, él se aleja, como si los microbios fueran a salir volando. 

    Los otros no le dan importancia a nada de eso, a veces hasta juegan a escupirse entre ellos y cuando se enferman de gripe, no usan el pañuelo para no ensuciarlo. Observo eso pensando que ese niño, que soy yo, no tendría que ir a la fiesta en estos tiempos. Y me darían la razón al preferir la distancia, sobre todo si alguien estornuda. Distancia social. Término inexistente a principios de los ochenta, sobre todo en matinés de cumpleaños, esos preludios del rito de la conquista, espacios para presumir y vivir el momento porque nadie tenía celular, y unos pocos tenían su propia cámara fotográfica. Las fotos las toman el fotógrafo, que llegaba más o menos a la hora de repartir la torta y tomaba unas pocas fotos. Las estrictamente necesarias. 

    Algunos han llegado con ropa nueva, el pelo cortado, la colonia del papá y los zapatos lustrados. Con los mejores regalos, porque eso también es señal de estatus. Algunos niños han llegado solos y eso los hace ver superiores a los demás, sobre todo cuando algún adulto resalta su independencia. El niño llegó solo, pero sin gritar, sin presumir. No le interesa participar en ese juego de roles. No le interesa impresionar a nadie. Los otros han ensayado en casa. Algunos recién aprenden a bailar. Están decididos a hacerse ver, demostrar algo de talento, que hasta los adultos resalten su talento. 

    Esto es, o al menos pretende ser una autoetnografía, pero al verme como el otro, me cuesta decir que ese que está aburrido en la fiesta soy yo, así que me seguiré llamando "el niño". Aún me aburren las fiestas. Aún me molesta el ruido. Nunca me gustó esa música y nunca me esforcé por impresionar a nadie. Pero ese niño igualito a mí, pero sin arrugas, no soy yo. Como decía el vecino Heráclito, "uno sí se aburre dos veces en la misma fiesta". Uno puede aburrirse al vivirla y al recordarla. 

    El niño se queda cerca de la puerta para huir. Está aburrido desde que llegó, pero no se va. Sigue allí esperando la torta y la sorpresa, que están en la mesa junto a los bocaditos, los sánduches y las botellas de cola. El niño ve la mesa tambalearse cada vez que los otros niños llegan a agarrar los caramelos y las galletas. En cualquier momento se van a caer las botellas y se van a romper. Ojalá sirvan cola antes. 

    La casa es de caña y se puede ver la calle por las rendijas. El niño, aburrido, observa quién llega, como si esperara a alguien, pero en realidad no le importa. Preferiría estar en su casa, viendo televisión. La casa es pequeña, pero han movido la mesa y ahora la sala es una gran pampa, con las sillas pegadas a las paredes. Un señor cruza la sala bailando sin música y enciende un tocadiscos que está junto a varios LP en una mesita de madera que asoma por una de las habitaciones. Allí no estorba y domina todo el espacio. El señor sabe que todo el mundo lo observa y se toma su tiempo, se instala en un banco y observa a todos lados mientras baila sentado y espera que el disco empiece a sonar mientras le sonríe a su esposa. No lo sabe, pero su acto marcará a las nuevas generaciones, porque "las cumbias vienen naturalizando roles de género y perpetuando la violencia contra la mujer con el aval de los mayores desde hace décadas". El señor no tiene la más mínima intención de perpetuar el dominio del hombre sobre la mujer. Eso lo asume como un hecho en el que ni siquiera hace falta pensar. No existe una organización secreta, o un movimiento filosófico, mucho menos un Gobierno promoviendo la alineación cultural y formando. Las nuevas generaciones de machistas mediante la música. Solo sucede.

    La Niña ha llegado a la sala con sus amigas. Estaban en otra habitación abriendo los regalos de la cumpleañera, pero salieron cuando empezó la música… 

No llevo para mi casa una mujer baracunátana”... 

La Niña ve al niño y le sonríe, pero él no se da cuenta. La observa. “Tiene cara de bobo”, le dice la cumpleañera a la niña. Agrega que no lo quería invitar, pero la obligaron. Él tampoco quería venir, pero también lo obligaron. El niño y la niña llegaron casi juntos y es por eso que él no llamó la atención. La cumpleañera recibió su regalo con desgana y se puso a conversar con la niña, para luego llevársela a la habitación donde estaba abriendo los regalos. La niña usa una colonia que huele a chicle. O tal vez no es colonia. Realmente huele a chicle. El niño nunca lo sabrá porque nunca volverá a estar tan cerca de ella.

    …“Anoche te vi, había otro que te chequeaba

    Cerca de la refri, hay un tipo extraño. Toma notas en su libreta. Se viste algo raro a pesar de que usa jeans, camiseta y gorra. Se cubre la boca todo el tiempo. Nadie más parece verlo todo con la misma comprensión inconcebible. Él sabe algo que nadie más sabe. Ese sí soy yo, y este ejercicio de memoria resulta más cómodo si imagino que estoy allí. Que puedo ver ese pasado estando allí, y también lo que pasó después. 

     Después de 20 años, durante un velorio, la cumpleañera intentará decirle al niño que le caía mal porque siempre la ignoraba, pero él no la escuchará porque estará pensando en otra cosa.

... “farisea, gorzobia, baracunata, cucharamí”... 

En 40 años, ella me lo dirá finalmente, pero le diré que no la recuerdo, que no sabía que nos conocíamos. Tal vez la cumpleañera piense que es una estrategia para mantener a salvo el ego, pero no. El niño seguirá siendo bobo cuando sea yo. Tal vez más. Depende de quién observe. 

    “se oye en la lejania ¡tambor!”... 

La Niña observa al niño. No le importa lo que la cumpleañera y las otras niñas dicen. Quiere que él la invite a bailar. Se mueve lentamente. Nunca lo sabrá, pero baila igual que la niña de Jo Jo Rabbit, escuchando una canción cuya letra no entiende bien… el momento se va para siempre, pero no de la memoria, sino de la posibilidad de ser registrado. 

                "Incluso el día de ayer queda más allá de nuestro alcance: el baile, el sexo y los sentimientos que evocan son demasiado personales y fugaces, demasiado fantásticos y mundanos como para ser contenidos por la documentación".

“El dindún de tu corazón”... 

La mamá de la niña sale con una olla de arroz con pollo. No es la organizadora del baile, es solo una invitada, pero ha tomado las riendas del evento porque la mamá de la cumpleañera es quedada. Al ver a su hija, deja la olla en la mesa y empieza a agarrar a los niños para que bailen con las niñas. No es la piñata. No es la torta. Esta es la parte más importante de la fiesta.

...“la cumbia del amor. La cumbia del amor”… 

Los más lanzados acceden inmediatamente, pero el niño, el objetivo, se ha parado junto a la puerta del patio y se aleja antes de que la señora se le acerque. La mamá mira a la niña de reojo y dice “Déjalo que es montubio”. Le busca pareja a la hija. El más limpio, el de la ropa más nueva y cara. El que parece ser más popular. El mejor prospecto. 

    Una botella cae al piso y su contenido se derrama junto a la mesa mientras los niños que lo provocaron se alejan asustados. El señor de los discos grita “Viva la santa” y baja el volumen. La mamá de la niña grita “1, 2, 3… estatuas”. Nadie se mueve hasta que llega otro señor con una escoba y un periódico. Vuelven a subir el volumen:

… “Yo no lo creo, ni lo creeré. Es imposible que eso sea cierto”… 

La mamá de la Niña agarra al descuido a uno de los niños del grupo que no baila y lo lleva a media pista. Baila con él y al paso, agarra a una niña. El bailarín asume este rito como una oportunidad. Baila. Domina la pista. Domina a su pareja, porque como dice Mercedes Liska, el baile está para "regular los comportamientos en ámbitos públicos, y ordenar y homogeneizar las relaciones entre mujeres y hombres a través de la norma heterosexual y la representación de la superioridad masculina"

           Liska se refiere al tango, pero aplica para todo. En muchos años, los niños a quienes unieron en ese baile serán pareja, pero ella lo va a dejar porque él salió golpeador como el papá. Hay otros que tampoco bailan, pero después se sabrán la coreografía del Meneíto, la Lambada y la Sopa de caracol. La mitad de ellos también pegarán a sus parejas. Los otros, solo les gritarán o se burlarán de ellas y pensarán que eso es aceptable. “eres tan fea y coqueta, vacilas más que mi orquesta”. 

           En otro mundo, en Estados Unidos, la música negra había empezado como una expresión reivindicativa de reacción ante la política neoliberal y excluyente de Reagan. Pero se quedó en el hipermasculinismo, igual que la cumbia. "El necroempoderamiento nigga se apoya en el hipermasculinismo, la homofobia y la transfobia, a expensas de todos aquellos cuerpos que se desvían de la norma heteropatriarcal".

    El niño intuye que hay una intención política en las letras de las canciones, pero no sabe de patriarcado. Los demás tampoco. Sus Yo no pueden elucubrar como yo cuando los observo. Son recuerdos. Personajes de una película que está en mi cabeza, y como yo la dirijo y exhibo, paso por alto la diversión, las risas, el hecho de que alguno de ellos agarró confianza porque una señora le dijo que baila bien. Que otros se enamoraron, vivieron felices y tuvieron lo que se dice una vida plena. La subjetividad impregna todo este proceso de observación y le quita sentido de la realidad. Pero yo, el observador, vengo del cine. He hecho documentales y comparto el criterio de que todo es subjetivo porque es el director quien decide qué contar, cómo hacerlo, qué omitir y a qué personajes recurrir. Y ahora, con un título universitario de por medio, es inevitable hablar de una intencionalidad y una mirada política a todo lo que digo y todo lo que omito. A las canciones que elijo y al momento de la fiesta que rememoro.

"Qué lindo es tu cucu, sabroso tu cucu, qué lindo es tu cucu, me arrebato con tu cucu

    A quién se le ocurre observar una fiesta. Las trenzas, los zapatos recién lustrados, la colonia en exceso, los manteles de plástico, las letras de cartón, los adornos de papel cometa, el arroz con pollo… Tal vez lo único interesante de volver a ese momento, a ese lugar, es poder recordar el verdadero sabor de la Coca cola, de los Barrilitos OK, pero las botellas se rompieron y la cola empapó el periódico en que salió la noticia del accidente del presidente.

…. “Yo me quiero tomar un café con ron”...

    A ratos, me hago a la idea de que me he integrado, pero lo veo todo con ojos cargados de futuro. De prejuicios. De falsos recuerdos. De historias que nunca ocurrieron, pero que resultaban más interesantes que el simple “el niño llegó a la fiesta, o habló con nadie, le hicieron ojitos y lo querían sacar a bailar, pero él no se dio cuenta y regresó a casa con un pedazo de torta y un juguete barato”. Tal vez habría sido más interesante hablar de otra fiesta, esa en la que hicieron correo del amor y recibí varios mensajes, o aquella borrachera en la que una compa me llevó a su departamento. O la de mi cumpleaños, esa de la que tengo un recuerdo muy lejano y requeriría un ejercicio de memoria más elaborado. Pero no. 

La abuela Luz tenía Alzheimer

Cuando murió el abuelo, Luz perdió su identidad. Los síntomas eran cada vez más notorios y daban cuenta de una caída inevitable. La atención psicológica, las medicinas, la religión, fueron estériles. No me dí cuenta del momento en que dejó de jugar a las cartas con las vecinas, pero recuerdo que ya no podía comprar cosas y tuvimos que amenazar a un vendedor ambulante que siempre trataba de aprovecharse de ella. En realidad, no recuerdo si era Alzheimer o demencia senil. Creo que era lo segundo. Da lo mismo, porque de todos modos había que lidiar con la pérdida de realidad, con el hecho de que no sabía quiénes la rodeaban y que su mundo se convertía en un infierno cuando tocaba darle las medicinas. También tenía sus momentos de paz, como cuando la convencía de dejarse poner el suero que requería desde que se negó a comer, no porque me reconociera, sino por mi tono cómplice, que copié de alguna película. O cuando yo llegaba, me reconocía a medias, pensaba que era el nieto de ocho años y me daba a hurtadillas cinco sucres, que no servían ni para comprar un caramelo, pero ella pensaba que me iba a alcanzar para una funda. Nunca me gustaron los caramelos. Cuando murió, soñé con ella durante muchos años, pero luego pasó al olvido. Ahora «no puedo delimitar con el pensamiento el rostro amado», he dejado de pensar en ella y he dejado de pensar en muchas, muchas cosas, pero tengo destellos de lucidez. Pienso en una canción de Counting Crows que me recuerda a Doris. «Remember everything (she said) when only memory remains»". Pienso en el final de un poema que escribí pensando en alguien, pero no recuerdo quién: "poco a poco/ a poco a poco/ se me pierden tus gestos y tu voz". Pienso que en algún momento, mis neuronas harán la de Bartebly, se pondrán chúcaras y poco a poco se empecinarán con el "Preferiría no recordarlo". Me adentraré en la niebla sin darme cuenta, luego en el olvido, hasta que dejen de soñarme y no quede nada, nada, nada