martes, diciembre 13, 2022

#NoHayKamello: La búsqueda de trabajo después de la covid-19


Publicado en revista Mundo Diners, NOVIEMBRE 1, 2022D, EDICIÓN 486



Ilustración: Beto Val.


El desempleo es una de las principales preocupaciones de los ecuatorianos. Los ahorros se acaban y las deudas crecen. Salimos de casa con la esperanza de que alguien más confíe en nosotros, pero eso, tan sencillo, parece imposible.


Johny tiene 33 años. Sale de su casa bien vestido, perfumado, con un pequeño portafolios bajo el brazo y la convicción de que este será un gran día. Agarra el bus en la esquina y se sienta del lado en que, según sus cálculos, no le va a pegar el sol, pero se equivoca y termina en el costado soleado. Todavía no aprende la maña, no está muy acostumbrado a andar en bus.


Llega a un sector de oficinas en el norte de Guayaquil y camina varias cuadras, calmado y buscando la sombra para no transpirar. Como no conoce bien la zona mira permanentemente hacia todos lados por si hay un asaltante, pero no. Solo hay gente que camina a toda prisa. Llega a un edificio y encuentra a varias personas muy parecidas a él. Elegantes, perfumadas, esperanzadas y francamente desesperadas. Buscan trabajo y la fila ocupa casi media cuadra.


Johny estuvo en la banda de guerra, el equipo de baile folclórico y la selección de fútbol de su colegio, del que fue uno de los mejores estudiantes. La pasó chévere, hizo panas. Durante sus estudios universitarios no trabajó y pudo graduarse de diseñador gráfico con excelentes notas. Le tomó cuatro meses conseguir un empleo en el que duró cuatro años y medio. Tuvo suerte con el ambiente laboral, horarios y sueldo, tanto así que estaba considerando comprarse un carro, viajar o hacer una maestría.


Entonces, al otro lado del mundo, un animal todavía no identificado contagió a un humano en el mercado mayorista de Hunan, y la enfermedad se propagó a nivel mundial. Johny pensó que iba a estar encerrado un tiempo, que todo volvería pronto a la normalidad. Ese “pronto” fue siempre una abstracción en la que no pensaba mucho, pero los días pasaban y ese “todo” se ponía peor. Con el teletrabajo, se retrasaron los pagos durante meses, además, cerraron varios negocios y no hubo forma de conseguir ingresos adicionales.


Por su parte, Johny seguía recibiendo órdenes en el trabajo y sus jornadas duraban hasta medianoche. Pero era cuestión de tiempo. La notificación de despido, que ya esperaba, llegó más temprano que tarde. Johny se coló en las estadísticas: en junio de 2020, en plena pandemia, el desempleo alcanzó una tasa del 13,3 % que equivale a 1 009 583 desempleados.


“El día del despido fue muy fuerte para mí, ya que había vuelto de mis vacaciones. Tenía casi dos años sin recibirlas y las pedí porque no había mucho trabajo pendiente. Habían bajado las ventas y los contratos de la empresa, como en todos lados”, cuenta Johny mientras observa en su laptop el último encargo que le hicieron, el diseño de una publicidad para redes sociales antes de las vacaciones.


El día del despido no le pidieron hacer nada. A la hora de salir le dijeron lo que todo el mundo sabía y se repetía principalmente en empresas medianas y pequeñas: el dinero no alcanzaba para pagar sueldos, mucho menos el seguro social y tenían que dejar ir a parte del personal.


Para entonces el padre de Johny estaba enfermo, pero la empresa no estaba para guardar consideraciones porque sencillamente no tenían ingresos. Johny tomó sus cosas y se fue sin despedirse de sus compañeros. No fue el único en salir de ese trabajo y es probable que alguno de sus excompañeros se tope con él en otra entrevista laboral o en el bus.


El compañero que no perdió el trabajo, sea quien sea, probablemente hace también el trabajo de Johny y el de alguien más. Es la única forma de que no cierre la empresa, dicen jefes y accionistas. La pandemia arrancó oficialmente el primer trimestre de 2020, y en ese tiempo se registró un cierre de más de ocho mil empresas, pero para el último trimestre de ese mismo año, la cifra supera los once mil negocios cerrados.


Es probable que la fila que está haciendo Johny sea para reemplazar a alguien que ganaba más, pero cuyo sueldo resulta excesivo para el volumen de ingresos. No le gusta esperar afuera porque de vez en cuando llega alguien a preguntar a qué están aplicando, llama a alguien más al celular y le dice que llegue rápido con su carpeta.


Después de casi una hora, ingresa y hasta tiene un asiento disponible para seguir esperando a que entrevisten a los aspirantes que llegaron antes. Los tasa a todos y con base en su aspecto, la actitud y la esperanza, calcula que su competencia directa son otros tres. Se los ve aniñados, elegantes y seguros de sí mismos. Su carpeta se ve gorda, o sea que han trabajado o estudiado mucho. Son de esos que imponen su presencia y destacan. Ojalá sean pura pantalla y no tengan el mismo talento y experiencia.


Johny chequea su hoja de vida y se da cuenta de que allí no consta todo lo que ha hecho. Cuando tiene la oportunidad, cachuelea, pero son tareas de un día en las que ni siquiera conoce las oficinas de su empleador. A veces, mira memes que se parecen a su vida: dicen que le quieren pagar cuando tengan ventas, o que necesitan un diseñador junior con experiencia de community manager, director y editor de videos, corrector de estilo, sonidista, zanquero y que sepa hacer malabares con machetes. Lo quieren todo y algunos no pagan ni el seguro social.


“Me despierto bien temprano y postulo por medio de aplicaciones como Multitrabajos, Linkedln, etc. De todas estas postulaciones, solo he recibido dos llamadas a entrevistas de trabajo, pero no pasan de eso, de entrevistas y nada más”. Hace poco lo llamaron para la etapa de pruebas y eso lo emocionó porque sus entrevistadores fueron amables y comprensivos.


Pero un par de días después lo llamaron para decirle que no pasaba a la siguiente prueba. Seguramente el cargo lo obtuvo alguien con mucha más experiencia y maestría, tal vez una persona sobrecalificada para el puesto, pero que igualmente ha estado sin trabajo durante todo este tiempo y le tocó aceptar un sueldo menor al que tenía antes de la covid-19.




Llega su turno y se sienta frente a una señora que no parece muy interesada en conocerlo, menos en contratarlo. Ella revisa la hoja de vida y le hace preguntas mecánicas para corroborar el texto. Es temprano pero se la ve aburrida. Al principio resultaba más frustrante buscar trabajo porque todo se hacía en línea.


La despersonalización reduce las esperanzas de que a uno lo vean, lo reconozca tal vez un amigo del colegio, o al menos pueda dar una buena primera impresión. La señora le pasa a Johny un test psicológico y luego otro con preguntas relacionadas al diseño gráfico. Johny sabe que responderá bien, correctamente, pero no es cuestión de conocimientos sino de competencia y hay muchos haciendo fila.


Mientras tanto, se acumulan las deudas, los pagos pendientes de las tarjetas de crédito, demasiados como para aplicar solo a empleos vinculados a su profesión. Pero no consigue nada, ni para acomodar perchas en el supermercado. Pasó del taxi al bus y del bus a la caminata. Sigue postulando para lo que haya. Los cachuelos alivian un poco, pero todo lo que quería hacer antes quedó en nada. La idea de hacer una maestría es tan lejana como la vida antes de la pandemia, cuando todo parecía más fácil, el mundo era menos violento y Johny se daba el lujo de hacer planes.


Su hoja de vida se estanca peligrosamente, compite con quienes perdieron el trabajo durante la pandemia pero también con una nueva generación de profesionales, jóvenes llenos de energía que están dispuestos a trabajar mucho y ganar poco si es lo que hay que hacer para ganar experiencia y poder, algún día, cobrar más. Da lo mismo que sean licenciados en Administración de empresas, economistas, abogados o aspirantes a meseros.


Otra opción es aceptar un trabajo para el que está excesivamente sobrecalificado, pero en ese ámbito la competencia es mayor debido a la migración y a la deserción universitaria.


No queda más que seguir enviando su hoja de vida como si fuera el boleto de una rifa y esperar esa llamada, como en El coronel no tiene quien le escriba. Cada mañana se levanta, revisa su correo electrónico, chequea las ofertas laborales en línea y se va a atender un rato a su padre. Cuando lo llamen llegará a la entrevista con su portafolios de diseños, su hoja de vida y la esperanza que todavía no pierde. “Esto pasará pronto”, repite de vez en cuando con la convicción de los primeros días. Se sienta en la última fila del bus y observa a la gente que va a pie. No quiere pensar cuántos están pasando por lo mismo.


Johny se baja del bus y camina hacia su casa. Por suerte, al llegar, no hay nadie allí para preguntarle cómo le fue.

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