Fotos: Amaury Martínez
Publicado en revista Mundo Diners #353
En la 6 de Julio la vida gira alrededor del cangrejo. Enfrentan una posible veda de tres años, pero igual se preparan para las competencias de la feria del crustáceo, es parte su lucha por ir hacia adelante.
Victor Hugo nunca se imaginó que iba a ser cangrejero. “Desde los trece años era chichobello y parrandero, hacía strip tease y me iba de tour a otras ciudades, donde vivía de las clientes”, asegura. “Me burlaba de mis amigos porque llegaban a la discoteca con lodo en las orejas y oliendo a manglar, y cuando decían que yo terminaría haciendo lo mismo que ellos, me moría de la risa”. Ni en su peor chuchaqui pensó que iba a terminar igual. Era finísimo. Se metía en los gallineros y no dejaba ni las plumas, y al pasar por los patios, arrancaba la ropa con todo y cordel. La gente cerraba las puertas al enterarse de que andaba cerca, le decían “La Plaga”. Trabajó en las bananeras de la zona y fue conchero en Machala, “eso sí que es explotación”, dice. “Todo el Billete se me iba en juergas y cachina”, recuerda y su familia pasaba apuros. Pero ahora es cangrejo de un solo hueco, sereno, optimista y convencido de su fe. Se acercó a Dios y sentó cabeza a los 32 años con la mujer que lo sacó de las discotecas y lo convenció de ir al manglar de la cooperativa 6 de Julio (a media hora de Naranjal) para ganarse el pan con el sudor de su frente.
“La vida era dura al principio, madrugaba al manglar a pie. Un amigo cogedor me dio chance para que le ayude a capturar cangrejos. Mi compa los agarraba, y yo los metía en un saquillo, ponía en una alforja, lavaba y ataba. Cocinaba los cangrejos muertos para venderlos en tarrina y hacer un billetito extra”. Con el tiempo aprendió a capturarlos y aunque al principio cogía pocos, le alcanzó para mantener a su familia. Con el tiempo prosperaron: “tengo moto, cocina, televisor y lavadora, y todo gracias al cangrejo”, dice. Ahora se levanta a las seis de la mañana, cuando ya algunos de sus compas están en camino al manglar y pasan haciendo bulla en las motos. Él llega tranquilo como a las ocho, solo quiere los tres atados que le permiten la subsistencia. Capturar más cangrejos sería gula, contribuiría a acabar con la especie y él prefiere el uso sustentable de este recurso para que la saciedad de hoy no sea el hambre de mañana, incluso ahorra unos $40 mensuales para cuando llegue la veda.
Para llegar desde la 6 de Julio al manglar, los cogedores tragan polvo durante media hora. La vestimenta de campaña consiste en dos pantalones, doble guante, tres camisetas y un buzo para soportar las nubes de mosquitos, además de cuatro piolas y un gancho metálico para atrapar a su presa. Antes los alcanzaban con el brazo, pero ahora hay menos cangrejos y se meten más al fondo del lodo. Se quedan en diferentes puntos previamente consensuados (Boca Negra, Sabanilla, La Piscina, Bola de Oro, El Caracol, La Finca, Rodrigal, Juan Bola, Casa verde y El Ostión) y cada cual tiene su parcela de manglar repartida equitativamente.
Un bote los adentra por tres dólares y al llegar a su punto examinan los huecos y buscan las huellas más grandes y profundas, dejadas por los crustáceos cuando salen a alimentarse de hojas y semillas. Una vez identificado el cangrejo, lo rodean con el brazo y lo jalan con el gancho. Si les va bien, en seis horas sacarán cuatro o seis atados de doce cangrejos a $5 cada uno, para que los vendedores se los lleven al mercado de Naranjal o a provincias. Algunos cangrejeros ya rondan los 40 años y no aguantan como antes, pero tienen que seguir porque el que no saca cangrejos, no come. Así de simple.
La veda
La Asociación de Cangrejeros 6 de Julio, presidida por Milton Olivo, tiene 150 socios. “Somos ocho comerciantes y 20 pescadores. Además hay un grupo de 23 mujeres que se encargan de sacar el cangrejo y venderlo en tarrinas”, explica. Los cangrejeros son de varios poblados de los alrededores: 6 de Julio, Nueva Unión Campesina, Las Mercedes, Jaime Roldós y La Rubira. Hugo Barrera, el vicepresidente de la asociación, cuenta que gracias a la Fundación Jambelí y al Ministerio de Ambiente, consiguieron en el año 2000 la concesión de 1.366 Hs. de manglar, que luego ampliaron a 2.000 Hs. “El Ministerio de Ambiente nos dio un bote de motor, GPS, equipo de vigilancia y herramientas para proteger el ecosistema. Esperamos renovar la concesión, pero hay una propuesta de mantener la veda durante tres años para recuperar la especie. A cambio, el Gobierno propone un bono de $200 mensuales”. Actualmente ganan unos $400 mensuales, así que estarían dejando de percibir la mitad de sus ingresos.
Están dispuestos a dejar de capturar cangrejo y dedicarse a limpiar, reforestar y custodiar el manglar a cambio de una compensación que les permita subsistir, pero además de los $200, esperan que llegue la obra del Municipio, Prefectura y Gobierno Central. Como pertenecen a una parroquia urbana, no se benefician del programa Aliméntate Ecuador y aún hay tres comités de vivienda que esperan sus casas del MIDUVI. Carecen de alcantarillado y subcentro de salud, al más cercano no llegan los médicos todos los días ni realizan exámenes de laboratorio. Las vías de acceso y calles están en mal estado, gastan mucho en reparación y repuestos para sus motocicletas.
Campeones cangrejeros
La Cooperativa COOPERA, organiza la Feria Gastronómica del Cangrejo Naranjaleño cada seis de noviembre desde el 2005, cuando asistieron cinco mil personas. En la del 2010 participaron seis asociaciones de cangrejeros, 63 expositores y veinte mil turistas que movieron unos 80 mil dólares. Los concursos más populares son: la carrera de cangrejos, el amarre más rápido, cangrejo más grande, baile folclórico, amorfinos y plato original.
Cada año hay más turistas que generan ingresos para los participantes. El primer plato ganador de la feria fue el lomito de cangrejo preparado por Amarilis Ibarra, que nos mostró orgullosa su receta y el trofeo que le entregó la Cooperativa en el 2005. No ha vuelto a ganar, pero los carapachos rellenos que prepara cada año son caída y limpia. Leonardo Morán Fariño es otro participante de la feria del cangrejo. Se incorporó de la Escuela de Cheffs de Guayaquil, y en Naranjal tiene un comedor donde la mitad de la carta lleva cangrejo, sea criollo, con arroz, en tallarín o ensalada, cazuela, uñas apanadas, encocado, lasaña, sango, caldo de bolas, ceviche, sopa, coctel, pinchos, cangreburguer y otras formas aún pendientes que estrenará en la feria.
Ha ganado varios premios por su sazón y desde el 2005 prepara “la ensalada de cangrejo más grande del mundo”, que este año tuvo 4800 cangrejos. Reconoce que la demanda es alta, pero prefiere vender menos o dedicarse a otra cosa por un tiempo con tal de que al largo plazo se pueda continuar con la actividad.
Los eventos los distraen, son una forma de demostrar lo que hacen, lo que los define. Algunos cuidan a sus cangrejos durante meses y atienden con esmero a los más grandes, rápidos o rarezas como los cangrejos de doble pata gorda, que hasta pena da comérselos. Todos esperan que su participación en la Feria les de quince minutos de fama en algún diario, y los premios.
Algunos crían a sus campeones por meses. Luís López tuvo incluso su propio manglar en el patio de la casa. Recuerda que la gente iba a ver cómo estaban sus cangrejos y dejarle agua u hojas de mangle a los más engreídos.
Organizaron un minicampeonato cangrejístico relámpago para esta crónica. Poco a poco fueron llegando cangrejeros adultos y niños con sus campeones envueltos en camisetas húmedas. Jacinto Méndez llevó el cangrejo más grande, un ejemplar azul de tres libras que obligó a los demás candidatos a retirarse antes de empezar. Víctor Hugo capturó al más largo, uno flaco de 58 cm. que ganó por una uña (aunque estuvo lejos de la marca oficial: 64,12 cm). A él le tocaba una botella de whisky de premio, pero se la dio a Jacinto y en vez de eso aceptó una colonia. Ahora que la especie ha mermado, conseguir un cangrejo digno de competencia es cuestión de suerte.
Para encontrar al más rápido hay que elegir entre los pequeños, que son los más ariscos y corren más. Aunque al final será cuestión de suerte. La prueba de velocidad no es tanto una competencia, más bien una huida de cangrejos, que no ven a sus contrincantes sino a la gente arengándolos para que lleguen al final de los dos metros de la pista hecha con cartón para banano y alambre. El más veloz de la tarde fue Speedy, el cangrejito de Marlon Ureña que ganó cuatro carreras sin despeinarse.
La incertidumbre por la concesión y las condiciones de los próximos años tienen a la asociación dividida. Unos esperan el diálogo para compensar el sacrificio económico que les tocará realizar. Otros piensan dedicarse a algo más y quemar los últimos cartuchos sin pensar en la inmortalidad del cangrejo, o mejor dicho, en la preservación de la especie. Falta diálogo -se queja Luís- falta apoyo. Por su parte, Víctor Hugo está afiliado al Seguro Campesino y ahorra para sembrar cacao CNN-51 en su propio terreno con la esperanza de que sus hijos no sufran tanto. Al igual que los demás cogedores, espera que alguno de los cangrejos que selecciona para las distintas competencias gane algo en la feria del cangrejo. Para entonces, espera que el Gobierno le haya dado a su comunidad una solución que les permita ir hacia adelante. Esta carrera no es de velocidad sino de resistencia.
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