Los detesta a todos. Los desprecia. Los mira y piensa: "¿Será que esta vez los rayo sin que se note el odio?" No importa. ya decidió burlarse de su alegría, de su voz, de detalles irrelevantes como la forma de bailar. Saca su libretita y anota palabras que usará cuando se siente frente al teclado: "perinola", "artistas de verdad", "jingle", "premios Oscar", "fruslerías", "méritos y oposición" (ese será el estribillo, decide en ese mismo momento, y espera que nadie se le adelante).
Observa a los camareros y olfatea con hambre las humitas y los tamales. "Mejor no me los como", piensa. Es un acto de orgullo y superioridad moral que pasa desapercibido. Saca de su bolsillo una funda de chochos y los devora disimuladamente. Observa con arrogancia a los invitados. Muchos son gente humilde, y siente que sus hijos le están arrebatando a él esos espacios que por generaciones fueron para los elegidos. Eso no lo puede negar, pero lo intenta. Se levanta de súbito con una sonrisa de oreja a oreja. Un "Eureka" se le queda en la punta de la lengua. Mencionará a Nina Pacari, que estuvo en Cancillería, aunque no fue funcionaria de carrera, ni entró por concurso de méritos y oposición. No importa. Ya se encargarán los #OpositoresTruchos de repetir su tergiversación hasta convertirla en su verdad.
Trata de pensar en otra cosa. Necesita más texto para meter su amargura cual caballo de Troya. Observa a los empleados del Teatro Sucre, que sonríen orgullosos de presenciar este acto histórico. parece imposible atribuirles pensamientos negativos, pero al final se decide por chantarles la "envidia". Culpa de ellos por estar presentes.
"Esto es una crónica", piensa, mientras camina de un lado a otro buscando adjetivos humillantes y palabras para desacreditar a los protagonistas de lo que pasa. Sabe que en las crónicas es mejor poner datos, pero aprovecha la libertad para publicar sus subjetividades. Encontró un nicho que hasta los articulistas más injuriadores envidiarían. Sembrará insinuaciones en el texto mientras le sigan pagando.
Llega el Mashi. Al verlo sonreír, el cronista aprieta los labios y le brotan de la frente unas venitas. Solo pensar en que volverá a ganar las elecciones es algo que lo enferma y se le nota. Una señora lo mira perpleja. "Parece que está conteniendo la diarrea", dice al verlo y se aleja unos metros por si acaso. Él no se da cuenta. Divaga. Tiene ganas de gritar cuánto odia al Mashi, pero solo se siente seguro e intocable cuando está frente al teclado. Recuerda que usaron su caso para demostrar el doble discurso de quienes lo botaron como a perro. Piensa en cómo
lo censuraron públicamente por tratar de usar su espacio para injuriar. Recuerda cómo celebró cuando los declararon culpables de injuriar al Mashi. Espera hacer méritos para que un día se cansen de su mala fe y su visceralidad y le inicien un proceso. Quiere ser famoso, aunque para ello, tenga que lanzar lodo con ventilador.
Los nuevos funcionarios se levantan uno a uno. Los mira con más desprecio que antes. Observa sus atuendos y anota más subjetividades en su libreta. Le encanta hablar de la ropa y otras superficialidades. Mete la mano en el bolsillo y se lleva un puñado de chochos a la boca, pero no se percata de que ahora sí lo vieron. No le importa nada. Al ver a un funcionario con los pulgares levantados, solo atina a pensar "se fueron a la mierda los pastores". Ha decidido humillarlos a todos por el mero hecho de estar allí. Al ver el pecho de uno de ellos, se atora y siente cómo una cáscara de chocho se le queda en la garganta. Una niña que estaba a su lado le agarra la mano a la mamá, lo señala y dice "Quiere llorar, quiere llorar". El cronista la mira con odio, ahoga el berrinche y camina unos metros hacia adelante.
El Canciller explica que se va a capacitar a los funcionarios. Eso lo enoja aún más. Hubiera querido un mal trabajo de todos ellos, pero si se los capacita, es probable que hagan las cosas bien. No solo para beneficiar a este Gobierno, sino también a los que vengan después. "Ojalá terminen limpiando sanitarios", dice en voz baja.
Otra vez habla Lucho. El cronista no sabe qué pensar. Se muere de risa con la Norma Lixta, pero no lo va a reconocer. Si ya baneó a Bonafont y a David Reinoso, podrá olvidarse de Norma Lixta. Ya encontrará el espacio para pegarle un buen raye en exclusiva.
Empieza a cantar Beatriz Gil. A ella no la podrá atacar, tampoco a los otros artistas, pero los usará para seguir atacando a los otros. Sonríe y saca una vez más la libreta para anotar "le pica la lengua", "aficionados", "Galo canta bajito porque tiene envidia", y otras subjetividades que se justifican porque está haciendo una crónica. Lo repite para creerse el cuento. Menos mal que no tiene alumnos de periodismo que lo cuestionen. Piensa en los #OpositoresTruchos que van a gozar con su "crónica" y justificarla, y en lo gratificante que es regodearse en su inmundicia.
"Soy intocable", dice en voz alta. Sonríe sin pensar en lo que dirán de él los periodistas e investigadores del futuro. Los asistentes al evento lo ignoran. Están presenciando el cambio de época.
4 comentarios:
Qué buena crónica, para enseñar a ciertos "periodistas" cómo realmente trabajar este género.
Es increíble como se da espacio para escribir tanta grosería e incoherencia.
Dice Aguilar en su "crónica": "setenta nuevos diplomáticos se acaban de incorporar al servicio exterior ecuatoriano... sus nombres son quichuas, shuaras, afroecuatorianos...". ¿El cronista misógino también es racista? ¿O será que simplemente odia a toda la gente que trabaja, porque le recuerdan lo patético de su pobre oficio: cobrar un sueldo por achacar al gobierno actual?
que pésimo articulo, me disuclpas... pero te falta un montón de coherencia y elegancia... flojasoooo. al tercer párrafo me aburrí...
¿quién dijo que es artículo?
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