miércoles, agosto 20, 2025

Un recorrido por los clubes de lectura en Guayaquil

Texto Rafael Méndez Meneses

En el Puerto Principal siempre han existido varias cofradías de 'viajeros y viajeras interdimensionales' que cada tanto dejan sus actividades diarias, evaden el calor de estas tierras y exploran nuevos mundos. Todo mientras disfrutan una copa de vino o una taza de café. Bienvenidos a un recorrido por los clubes de lectura de Guayaquil. 

Despegue en 5…4…3… 

Guayaquil, aunque no lo parezca a simple vista, está llena de pasadizos hacia otras realidades. Mundos donde no hay escotillas escondidas, solo mensajes de whatsapp y publicaciones en redes sociales que funcionan como botellas lanzadas al mar. La moda no es nueva. El primer club de lectura guayaco nació en 1970, con encuentros pactados mediante teléfono o boca a boca, pero el éxito fue tal que se multiplicaron por todos lados, especialmente en las facultades de literatura. La vida para estas cofradías de lectores suelen ser ajetreados: un día pueden preparan recetas inolvidables en un pequeño restaurante de Kioto junto al escritor japonés Hisashi Kashiwai, en otro se encuentran cara a cara con el clown del autor guayaquileño Jorge Velasco Mackenzie, y otro esperan su turno para que la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich les muestre paisajes olvidados de Chernóbil. Por un lado están las iniciativas particulares, que iniciaron esta fiebre en 1970 y llevaron a la variedad que tenemos hoy. 

Livina Santos, que coescribió una tesis sobre clubes de lectura, ha coordinado talleres de lectura en los que prioriza lo teórico. Sus asistentes han llegado a ser agentes multiplicadores. “Hay una tendencia a decir que los jóvenes no leen por culpa de las redes sociales, pero hay muchas personas que lo hacen, aunque las editoriales digan que no. 

La lectura nunca fue una actividad multitudinaria, pero estamos entrando en un incremento de lectores y difusores literarios gracias a las redes sociales y la disponibilidad de libros digitales”, comenta mientras recuerda a ex talleristas que ahora coordinan sus propias tripulaciones, y a más viajeros esperando en cada puerto. 

Lectulandia 

En la misma onda están iniciativas como Palabralab, donde Adelaida Jaramillo y su tripulación tienen la misión “geoliteraria” de leer autoras y autores de todos los continentes. Estas lecturas se complementan con salidas “mataperreos”, porque un libro -dice Jaramillo- no termina en la última página y se expande a museos y escenarios. Leer, en su club, es una práctica política, afectiva y radical: una forma de estar en el mundo con más empatía y menos indiferencia. 

En otro rincón de este multiverso, Pilar Calderón lleva más de 25 años con el Club de lectura 2000, Club Millenium, Club de libro, Capítulo 8 y Club Naranjas. Sus compañeras de viaje tienen entre 50 y 70 años, y luchan contra los clásicos, se complican un poquito con los libros en Kindle y celebran las historias que más las conmueven en el papel. 

En los mismos horizontes se puede ver al club Denudosueltos, facilitado por María Leonor Baquerizo. Cada reunión es un intercambio entretenido sobre técnica narrativa, estructura, personajes y emoción pura. De vez en cuando María Leonor tiene sorpresas, como cuando leyeron Rapsodia en seco y teletransportaron a la mismísima Sonia Manzano para departir. Sí, una autora viva apareció en la dimensión del club. Un encuentro entre mundos. Un lujo literario. 

Por otro lado están las iniciativas institucionales, como el Club de lectura del MAAC en el que comparten textos, contextos, análisis de películas y hasta trivias para ver quién recuerda más detalles. En el caso de autoras como la Nobel Alice Munro, puede ser todo un reto. 

Por su parte, los intrépidos “Ratones de biblioteca”, que tienen como meta navegar cada libro de la Biblioteca de las Artes. Terminan cada jornada con ejercicios de creación de microcuentos o poemas. Se van a expandir con el podcast “Puerto de luna” en Radio Uartes y les interesa organizar eventos literarios. 

Por su parte, la Universidad Politécnica Salesiana cuenta con un proceso de lectoescritura iniciativa del poeta y docente Augusto Rodríguez, que incluye publicación y asistencia a recitales, ferias y festivales. Se diferencian de los demás en que trabajan mucho la poesía de referentes como Siomara España y Andrea Rojas Vásquez. 

La mayoría de sus viajes no tienen trama, pero sí ritmo y metáfora. Para los más peques, la Biblioteca de las Artes tiene a los Exploradores de Cuentos, que con cuentos en cubos, rondas, disfraces y elaboración de manualidades, lograron que los viajes interdimensionales comiencen antes de aprender a escribir y sin sacar pasaporte. 

Apuntes para la bitácora 

¿Qué tienen en común estos clubes tan distintos? Que en todos ellos ocurre lo mismo: una contadora, un estudiante o una jefa de hogar entran a la reunión con la cabeza llena de pendientes, preocupaciones, facturas o soledad… y sale de allí convertida. No porque haya escapado de su vida, sino porque ha aprendido a mirarla desde otro ángulo, como si su propia historia también pudiera ser leída. 

Para la gente que frecuenta estos espacios, un club de lectura no es un examen ni un salón académico. Es, una nave, una fiesta, un refugio y un ejercicio de imaginación colectiva. Es un lugar -dicen- donde se puede llorar con un poema, reír con una escena absurda o enojarse con un personaje (y decirlo en voz alta). Un lugar donde las páginas se cruzan con las vidas. 

Así que si está leyendo esto y hace tiempo no cruza un portal, tal vez sea hora de volver a abrir un libro, pero no en soledad. La próxima vez que vea un grupo de lectoras y lectores alrededor de una mesa, recuerda que están viajando muy lejos. Y quién sabe… quizás te están esperando.

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