miércoles, agosto 20, 2025

Mafalda: no a la sopa, sí al encebollado

Fotos: Kira Méndez Calderón

Mafalda llegó a Guayaquil entre aplausos, risas y calor, acompañada por algunos de sus lectores más fieles y de la mano del escultor Pablo Irrgang. En plena esquina de 9 de Octubre y Escobedo, se incorpora a la historia de ese pedacito de la ciudad por donde pasaban tranvías, canillitas, comerciantes, opiómanos y personajes de ficción. 

No es cualquier esquina. De la 9 de Octubre no se puede escribir nada que no se sepa ya. Pero la calle Escobedo es una esponja de la memoria en el mapa urbano de Guayaquil con una historia poco difundida. Fue conocida originalmente como la de los Trapitos porque allí se vendían telas, y con el tiempo, pasó a ser la Calle Maldita por culpa de los fumaderos de opio, a los que llegó el mismísimo Medardo Ángel Silva, tapiñado con su alias Jean d’Agréve, para contar ese submundo: 

“El corredor es largo y oscuro. Huele a humedad, a tumba. Sobre las cabezas de los visitantes hilan sus telas frágiles las arañas silenciosas. Se oye el caer pesado de las cucarachas y el ruido áspero con que rasguñan las paredes.” 

Pero Medardo no fue el único escritor en retratar la vida de esas calles. También deambularon por ahí Francisco Pérez Febres-Cordero y Jorge Martillo Monserrate, para luego inmortalizar una ciudad que se cae a pedazos, dejando en pie joyas patrimoniales como el edificio de El Universo. Y en la ficción, deambuló Octavio Ramírez, el hombre muerto a puntapiés en el cuento de Pablo Palacio. 

La Mafalda de Pablo Irrgang 

Pablo Irrgang se convirtió en el escultor oficial de Mafalda por casualidad, por una funcionaria que lo recomendó ante los vecinos del edificio donde vivía Quino. Pablo propuso hacer el diseño que conocemos y a Quino le encantó. Luego llevaron una Mafalda a Oviedo, cuando el autor recibió el premio Príncipe de Asturias, y ante la broma interna de llevar a Mafalda a todo el mundo, las invitaciones siguieron llegando. 

A Pablo le encanta tener a Mafalda junto a un edificio patrimonial , inaugurado en 1924 por la Gran Logia Masónica del Ecuador, pero que luego funcionó como peluquería y restaurante y terminó convertida en la sede de Diario El Universo. Justo en esta esquina se asolea Mafalda desde el 25 de julio. No llegó a cortarse el pelo ni a tomar sopa, pero quién sabe. Como en otras ciudades de España, Argentina, Venezuela y Perú, descansa en una banca esperando turistas que quieran compartir con ella.

A pocos metros está la estatua del bombero, otra presencia instagrameable del sector. Puede que un día Mafalda se gradúe de guayaca y recorra la ciudad entre comerciantes informales, estudiantes y canillitas, buscando la sombra de los soportales mientras le pide a la madrina la única sopa que se va a convertir en su favorita: un buen encebollado con harto chifle. 

Pero hoy, Mafalda es la niña que no se traga ni la sopa ni las mentiras. Sentarla ahí es un gesto político, poético y casi provocador. Ella, sin decir nada, observa el pasado masón, el presente trending, los incendios de antes y los de ahora. El humo viejo. El opio nuevo. El calor que descompone todo, incluso los discursos oficiales. 

Mafalda se sienta ahí, sí, pero no para quedarse callada. Ella, como Martillo, como Artieda, como Silva, como Palacio, vendrá a decir lo que no se quiere decir. A mirar desde abajo para incomodar a los de arriba. A compartir su interés por la justicia con el investigador del cuento de Palacio: 

—¿Y si en vez de estatuas, ponen escuelas, che? 

—¡Ya cállate, niña, que aquí no es Argentina! 

—¿Es que el mundo está mal repartido, viste? ¿Y si lo arreglamos desde esta esquina? 

Mientras tanto, la sirena sonará como cada mediodía, marcando el minuto exacto en que Guayaquil se detiene a respirar, pensar y seguir sudando. Y allí estará ella con su mirada fija para sacarnos una sonrisa desde el fondo de la amargura. Una niña bacana que llegó a Guayaquil a recordarnos que todavía podemos preguntar. Que todavía podemos decir: esta sopa no me gusta, ñaño.

Un recorrido por los clubes de lectura en Guayaquil

Texto Rafael Méndez Meneses

En el Puerto Principal siempre han existido varias cofradías de 'viajeros y viajeras interdimensionales' que cada tanto dejan sus actividades diarias, evaden el calor de estas tierras y exploran nuevos mundos. Todo mientras disfrutan una copa de vino o una taza de café. Bienvenidos a un recorrido por los clubes de lectura de Guayaquil. 

Despegue en 5…4…3… 

Guayaquil, aunque no lo parezca a simple vista, está llena de pasadizos hacia otras realidades. Mundos donde no hay escotillas escondidas, solo mensajes de whatsapp y publicaciones en redes sociales que funcionan como botellas lanzadas al mar. La moda no es nueva. El primer club de lectura guayaco nació en 1970, con encuentros pactados mediante teléfono o boca a boca, pero el éxito fue tal que se multiplicaron por todos lados, especialmente en las facultades de literatura. La vida para estas cofradías de lectores suelen ser ajetreados: un día pueden preparan recetas inolvidables en un pequeño restaurante de Kioto junto al escritor japonés Hisashi Kashiwai, en otro se encuentran cara a cara con el clown del autor guayaquileño Jorge Velasco Mackenzie, y otro esperan su turno para que la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich les muestre paisajes olvidados de Chernóbil. Por un lado están las iniciativas particulares, que iniciaron esta fiebre en 1970 y llevaron a la variedad que tenemos hoy. 

Livina Santos, que coescribió una tesis sobre clubes de lectura, ha coordinado talleres de lectura en los que prioriza lo teórico. Sus asistentes han llegado a ser agentes multiplicadores. “Hay una tendencia a decir que los jóvenes no leen por culpa de las redes sociales, pero hay muchas personas que lo hacen, aunque las editoriales digan que no. 

La lectura nunca fue una actividad multitudinaria, pero estamos entrando en un incremento de lectores y difusores literarios gracias a las redes sociales y la disponibilidad de libros digitales”, comenta mientras recuerda a ex talleristas que ahora coordinan sus propias tripulaciones, y a más viajeros esperando en cada puerto. 

Lectulandia 

En la misma onda están iniciativas como Palabralab, donde Adelaida Jaramillo y su tripulación tienen la misión “geoliteraria” de leer autoras y autores de todos los continentes. Estas lecturas se complementan con salidas “mataperreos”, porque un libro -dice Jaramillo- no termina en la última página y se expande a museos y escenarios. Leer, en su club, es una práctica política, afectiva y radical: una forma de estar en el mundo con más empatía y menos indiferencia. 

En otro rincón de este multiverso, Pilar Calderón lleva más de 25 años con el Club de lectura 2000, Club Millenium, Club de libro, Capítulo 8 y Club Naranjas. Sus compañeras de viaje tienen entre 50 y 70 años, y luchan contra los clásicos, se complican un poquito con los libros en Kindle y celebran las historias que más las conmueven en el papel. 

En los mismos horizontes se puede ver al club Denudosueltos, facilitado por María Leonor Baquerizo. Cada reunión es un intercambio entretenido sobre técnica narrativa, estructura, personajes y emoción pura. De vez en cuando María Leonor tiene sorpresas, como cuando leyeron Rapsodia en seco y teletransportaron a la mismísima Sonia Manzano para departir. Sí, una autora viva apareció en la dimensión del club. Un encuentro entre mundos. Un lujo literario. 

Por otro lado están las iniciativas institucionales, como el Club de lectura del MAAC en el que comparten textos, contextos, análisis de películas y hasta trivias para ver quién recuerda más detalles. En el caso de autoras como la Nobel Alice Munro, puede ser todo un reto. 

Por su parte, los intrépidos “Ratones de biblioteca”, que tienen como meta navegar cada libro de la Biblioteca de las Artes. Terminan cada jornada con ejercicios de creación de microcuentos o poemas. Se van a expandir con el podcast “Puerto de luna” en Radio Uartes y les interesa organizar eventos literarios. 

Por su parte, la Universidad Politécnica Salesiana cuenta con un proceso de lectoescritura iniciativa del poeta y docente Augusto Rodríguez, que incluye publicación y asistencia a recitales, ferias y festivales. Se diferencian de los demás en que trabajan mucho la poesía de referentes como Siomara España y Andrea Rojas Vásquez. 

La mayoría de sus viajes no tienen trama, pero sí ritmo y metáfora. Para los más peques, la Biblioteca de las Artes tiene a los Exploradores de Cuentos, que con cuentos en cubos, rondas, disfraces y elaboración de manualidades, lograron que los viajes interdimensionales comiencen antes de aprender a escribir y sin sacar pasaporte. 

Apuntes para la bitácora 

¿Qué tienen en común estos clubes tan distintos? Que en todos ellos ocurre lo mismo: una contadora, un estudiante o una jefa de hogar entran a la reunión con la cabeza llena de pendientes, preocupaciones, facturas o soledad… y sale de allí convertida. No porque haya escapado de su vida, sino porque ha aprendido a mirarla desde otro ángulo, como si su propia historia también pudiera ser leída. 

Para la gente que frecuenta estos espacios, un club de lectura no es un examen ni un salón académico. Es, una nave, una fiesta, un refugio y un ejercicio de imaginación colectiva. Es un lugar -dicen- donde se puede llorar con un poema, reír con una escena absurda o enojarse con un personaje (y decirlo en voz alta). Un lugar donde las páginas se cruzan con las vidas. 

Así que si está leyendo esto y hace tiempo no cruza un portal, tal vez sea hora de volver a abrir un libro, pero no en soledad. La próxima vez que vea un grupo de lectoras y lectores alrededor de una mesa, recuerda que están viajando muy lejos. Y quién sabe… quizás te están esperando.

Gatocracia cultural a lo guayaco

Texto: Rafael Méndez Meneses
Fotos: Kira Méndez Calderón

Lola, la gata de la Universidad de las Artes. Foto: Kira Méndez Calderón.

Los espacios culturales de Guayaquil tienen gatos encerrados. Llegaron sin ruido y con la promesa de no irse jamás. Se rumora que la gatocracia cultural es una cofradía secreta que busca dominar la ciudad mediante el arte. 


En Estambul -Catstambul para los iniciados-, los gatos son ciudadanos ilustres. Se acuestan en torniquetes de metro, sobre toldas de cafés o en los asientos del ferry. Observan orondos cómo turistas y vecinos les hacen reverencias o les dejan ofrendas. Desde hace tiempo son los guardianes de lo invisible: protectores de casas, imprentas, mezquitas y bibliotecas. Tanta es su influencia que Barack Obama acudió a una audiencia con Gli, la gata de Santa Sofía, cuyos ojos verdes parecían custodiar siglos de tradición. 

Guayaquil no tiene el acervo gatuno de Estambul, pero algo está pasando. El 1 de enero, el mundillo cultural guayaco perdió un latido: Una gata llamada Wanda, la engreída del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), agotó sus siete vidas y se fue al cielo felino. 

Quienes no supieron de su partida aún preguntan por ella y se encuentran con Bruno, el nuevo encargato. Llegó hace dos años. Flaco, joven, con un aire de poeta maldito. Dalia Hurtado, guardia del MAAC, cuenta que derrotó a Bebito, su único rival, y ahuyentó a otros gatos del Malecón. Ahora tiene alimento exclusivo, un trono sobre el counter y horarios para vigilar turistas. No se deja tocar por cualquiera: Observa. Decide. 

Bruno, el michi del MAAC. Foto: Kira Méndez Calderón.

Gatocracia guayaca 
Es posible que Bruno haya subido a Las Peñas y conozca a Palomo, el gato de pocas pulgas de la Casa Cino Fabiani. Su productor, Arnaldo Gálvez, relata que se lleva bien con las zarigüeyas y se calma con jazz, aunque no es un gato jazz. En las funciones se esfuma, pero en los ensayos ronda como un fantasma que susurra algún pas de chat a los artistas. La obra que ahora supervisa, ‘Retratos móviles’, es de danza inmersiva. Palomo ya eligió su asiento entre las sombras, donde su pelaje atigrado se confunde con el humo y las luces. 

Palomo, el michi de Casa Cino Fabiani. Foto: Kira Méndez Calderón.
Pero hay gatos que solo quieren ser gatos. Observan, duermen, comen. Nada más. Como Lola, la gata del edificio El Telégrafo de la Universidad de las Artes. No le interesa la arquitectura patrimonial ni los artistas efímeros, pero bien pudo inspirar un poema de T. S. Eliot. Hace cuatro años cruzó la calle desde un restaurante que cerró y adoptó el estacionamiento. Duerme cerca de las prensas o bajo los autos. Miguel Peralta la cuida al final del día, cuando los carros se van, el bullicio de la ciudad se vuelve ronroneo y su silueta, una sombra parda barrida por el viento. 

Los gatos, dice la etóloga felina Silvia Beltrán -gatóloga, corrige entre risas-, no piden permiso. “Si encuentran un sitio amplio donde protegerse de la lluvia y de los depredadores, van a tomar posesión del sitio”, explica. Los gatos no quieren agradar y más bien es el humano quien debe pedirles permiso para socializar. “Si ves a un gato dormido, lo mejor es no molestarlo porque necesita recuperar su energía. Pero si se te acerca, aprovecha para tomarle fotos o adoptarlo. Todo depende del gato, y si se acerca ronroneando, con la cabeza inclinada y te empieza a acariciar, es tu oportunidad”. Si no, también es amor dejar que se queden a distancia. 

Martín, el michi de la Casa de la Cultura. Foto: Kira Méndez Calderón.
Martín, el gato de la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas, fue abandonado en el estacionamiento. Al principio se escondía, como si el edificio lo intimidara, pero la curiosidad lo salvó. Fue conquistando piso por piso la belleza del edificio patrimonial, y hoy duerme en el counter de la planta baja o en la oficina de la presidencia, donde Martha Rizzo lo consiente como si fuera parte del mobiliario histórico, pero mimoso. No asiste a los eventos, porque se estresa con las multitudes, pero se deja acariciar por los curiosos a la salida. 

“Si no se lo puede llevar a casa, hay que tener recursos para el gato que llega a un espacio cultural”, insiste Silvia. “No lo alimenten con sobras de humanos. Ni con cariño forzado. Denle comida especial de gato, agua limpia, arenero, veterinario para esterilizarlo y vacunarlo, y sobre todo, espacio”. 

Esa lección la entendieron Ana María Crespo y Santiago Dalgo desde el 2015. Empezaron como Bálsamos Lounge, y recién se redefinieron como El gato gordo. Conviven con libros, hamburguesas, cerveza artesanal y michis. Primero fueron Pichi y Biscuit, luego Mimi y sus hijas Mocca y Venus. Mimi, ahora retirada en un librero doméstico, vigila la invasión felina desde las sombras. Santiago dice que solo las lleva de visita al local para que no se estresen y para evitar que alguien, por error, se lleve gato por libro. Algunos juran que Mimi dirige la trama desde ahí, con las patas sobre mapas de ciudades imaginarias. 

¿Encontraron en teatros y museos el altar perfecto para ser dioses sin esfuerzo? ¿Tienen algún poder hipnótico? Se extraña a Wanda en el MAAC. También a Bertolt, el gato del Muégano Teatro que se mudó a un hogar normal durante la pandemia. Y aunque a veces aparece en algún reel, ya no se ve muy seguido a Bola 8, el catfluencer que recibe a los artistas y público del Teatro Sánchez Aguilar desde su inauguración hace trece años. No todos soportan el ruido mundano del arte, pero todos lo habitan, porque la cultura posee a quienes creen poseerlo. Igual que los michis.

martes, septiembre 12, 2023

Alizée

(Publicado en Cuentos del Olivar, Ed. Versos Sueltos, 2021)

Alizée observa el lienzo consumirse en las llamas afuera de la casa. Voltea a mirar a Bernard, que entra, cierra la puerta y le grita que vaya por leña. Quiere que el lienzo quede reducido a cenizas, aunque ya no hay nada que salvar. Alizée mira el rincón de la leña. No hay. Cómo va a haber, si aún no la necesitan. Avanza desganada hacia el olivar, a ver si encuentra suficientes ramas en el camino.

Los castigos de Bernard fueron siempre iguales. Se encierra y la envía a hacer algo lejos de la casa. La destierra. Fue precisamente en uno de esos destierros que todo empezó. Hace un año llegó al sanatorio un artista extranjero con fama de atormentado. Alizée había ido al sanatorio a dejar aceitunas frescas y él estaba afuera, mirando las montañas. En cuanto se vieron, hubo algo que ella nunca había sentido. Deseo. Él la observó con curiosidad, pero su actitud era más bien tímida, temerosa. Un cachorro abandonado necesitado de cariño. No parecía alienado. Ella pensó que era familiar de algún paciente, pero luego se enteró que le permitían salir de vez en cuando.

Las aceitunas fueron la excusa. Ella le contó que su trabajo era recolectarlas y él se interesó. Días después, empezó a visitar el olivar para ver la cosecha y pintar, acompañado por un vigilante. Le pedía a Alizée que se quedara subida en la escalera de mano más tiempo del habitual, sosteniendo unas aceitunas imaginarias. Ya caída la tarde, el vigilante se adelantaba y ambos llevaban las pinturas, el caballete y el cuadro. Andaban despacio, con cuidado, para que la vegetación y los insectos no arruinen la pintura. En esas caminatas, el artista evitaba el contacto visual y no hablaba mucho. Ella tampoco, excepto la vez que olvidó su canasto y le pidió al artista que la acompañe de regreso. Al llegar, el canasto ya no estaba. Lo buscaron infructuosamente detrás de cada olivar y entre las ramas, y al darse cuenta de que alguien más se lo había llevado, regresaron al sanatorio.

A medio camino, sin percatarse, ya estaban conversando animadamente. Ella quería saberlo todo del mundo al que nunca había salido. Ni siquiera conocía Aviñón. Su paseo más memorable fue el que hizo a Antiques cuando era niña y recibió su primer beso. Recuerda que fue un día de mayo, cuando los olivos aún estaban florecidos. Él le habló de los cuadros de Rubens en Amberes, sus sueños del taller de artistas en Arlés y el descubrimiento de la luz en París. Cuando notó que a ella no le interesaba el mundo de los artistas, él le habló del ruido y la vida nocturna. De los vestidos y sombreros de las mujeres elegantes. De la música y del teatro. Del Louvre y los Campos Elíseos. De Dios y de cómo la tecnología avanzaba poco a poco sobre la naturaleza. Ella le recordó que el aceite se seguía haciendo de la misma manera desde siempre, de esos árboles eternos que alguna vez les hicieron sombra a guerreros, trovadores, viajantes y a Michel de Nôtre-Dame, el que predijo la toma de la Bastilla. Le aseguró que el olivar seguirá haciendo sombra a cientos de personas, a cientos de historias, cuando no haya nada del artista. Ni su recuerdo.

Justo en París iban a celebrar el centenario de la Bastilla con la Exposición Mundial, un gran evento en el que mostraban los avances de la ciencia y el dominio sobre la naturaleza. La principal atracción era una gigantesca torre de hierro que tenía forma de letra A. Una torre más alta que las pirámides, decía el artista, pero ni él ni ella habían visto las pirámides. No tenían idea de qué tan grande podría ser una letra. El artista habló de Seurat, un amigo suyo que estaba pintando esa torre, pero muchos artistas rechazaban ese esqueleto gigantesco, esa mole indigna de la ciudad. Indigna del espíritu humano.

El artista sostenía que debieron hacer algo más tradicional, tal vez la escultura de alguien o un arco de roca, pero Alizée no entendía cómo podía él ponerse tan conservador, si sus cuadros no mostraban la realidad. Los olivares parecían brazos que surgían de la tierra. Las raíces le hacían pensar en serpientes de pesadilla que acechaban a las cosechadoras. A pesar de los trazos raros, las pinturas tenían algo que la hipnotizaba, pero ella nunca entendió qué era. Asumió que era la idea de verse retratada con su vestido amarillo, aunque era difícil identificarse con lo que veía en el lienzo. Para ella, el huerto de olivos era solo un huerto. Un lugar de trabajo agotador, en el que pasaba gran parte de su vida para disfrute de la gente elegante en Marsella o Montpellier.

Trepar un olivar para alcanzar su fruto fue la excusa que ella buscaba para quitarse las sandalias. Arrancó también unas hojas y se las puso al artista en la cabeza, como una corona. Cuando atravesaron el olivar, el olor a trementina, pintura y sudor se quedó para siempre en su memoria. Ambos caminaron descalzos, como si el olivar fuera sagrado. El paseo terminó en el banco junto a la pileta y allí, ella le preguntó si podía comprarle una de sus obras. El artista le contó que estaba terminando un cuadro del banco de piedra y la pileta y que añadiría la mancha de pintura que acababan de dejar allí. 

Después de ese atardecer, el de la última cosecha, no volvieron a encontrarse. Él seguía pintando. Incluso hizo un cuadro del paseo bajo la luna creciente, en el que las ramas y raíces de los olivares no se veían amenazantes y los cipreses parecían rasgar el ocaso, pero nunca más volvió a quedarse sin vigilancia. Permaneció en el sanatorio más tiempo del planificado. Se vieron por casualidad de vez en cuando y, casi al año del primer encuentro, se fue.

Alizée no sabe leer y nunca le dio su dirección al artista. El doctor Peyront recibió la carta, pero se la leyó a Bernard y a Charles, el jefe de vigilantes. Jeanne, la mujer de Charles, escuchó y le contó todo a Alizée. La carta del artista hablaba de un cuadro que él nunca mostró, un recuerdo de aquel paseo con la luna creciente como presagio, poco antes de que Alizée se quitara las sandalias. Le dice cosas que solo ella entiende. Cosas que nunca se dijeron, pero que pudieron cambiarlo todo. Cosas de las que nadie más debía enterarse. Ni siquiera el hermano del artista.

En su nueva morada, el artista no tiene olivares, amapolas ni lirios. Ha comprado aceitunas para que su aroma a Alizée lo ayude a conciliar el sueño. Le habla del amarillo de su vestido, que ahora ilumina sus nuevos cuadros de trigales y girasoles que nunca morirán. De otro cuadro que pintó, en el que unos cuervos vuelan sobre el trigal, también como un presagio. En casi todo lo que pinta, ella es la luz del sol, la luna y las estrellas y ya puede ver en ellos una magia que no tenía su obra anterior. Le habla de todos los cuadros que pretende pintar, de la luz divina que atisba cuando piensa en ella y de cómo ha logrado, al fin, entender cómo plasmar lo que ve.

Además de la carta, el artista le envió la pintura de una pareja descalza junto al banco de piedra. En el banco se ven incluso las manchas de pintura de cuando se sentaron esa tarde bajo la luna creciente. No hay manera de describir la paz que destilaba el cuadro, la pasión. Esa luz divina irradiando hacia quienes la veían. El artista, acostumbrado a los trazos rápidos y febriles, ahora necesita más tiempo, pintar el cuadro primero en su cabeza. Por eso le tomó casi un mes terminar el que acaba de enviarle.

Al verlo, Alizée se humedeció como nunca. Charles sintió el amor como una leve descarga eléctrica. Sor Epifanía entró y cayó de rodillas al ver el cuadro, en lo que después describiría como un encuentro místico. Bernard solo sintió envidia porque supo que nunca podría crear nada para Alizée. Agarró el cuadro y la carta, sin esperar a que el doctor la termine de leer y se llevó a su mujer a casa. Quemó el cuadro y la carta, envió a Alizée a buscar leña y se quedó bebiendo solo. 

El olor se desvanece. Alizée se quita las sandalias y camina a ciegas hasta tropezar con un árbol, al que abraza con deseo. Sabe que no necesita ver un recuerdo de esa tarde, como tampoco necesitaba ver los azules y plateados de los que hablaba el artista al describir su visión del olivar y los alrededores. Atesora la memoria en el tacto de la madera, el viento de otoño y las piedras en el suelo. En el olor a trementina y aceituna. En la moneda con que pretendió comprarle el cuadro, pero él le cobró con un torpe beso que aún tenía gusto a absenta. Nunca le dirá nada a Bernard, pero es innecesario. Él ya ha visto el cuadro. Mañana irá a buscar al extranjero, al alienado, al ladrón. Lo retará a un duelo, le disparará en el estómago y en el pecho, y volverá a poseer a Alizée en el preciso momento en que el artista expire. El artista ni siquiera levantará su arma porque es incapaz de matar a nadie. Nunca acusará a Bernard, como tampoco acusó a Gauguin por lo de su oreja.

El fuego consume las últimas ramas de olivo. Nada queda ya de la pintura. No importa, piensa Alizée. De todos modos, conoce bien el árbol de donde provinieron las ramas y podrá regresar a él cuando necesite quitarse el mal sabor a Bernard. Su aliento a vino barato, sus manos callosas y su cuerpo insignificante. Ese alfeñique de voz chillona, que solo habla de comida y de peleas de perros. Pobre tonto. De todos modos, es solo una pintura, dice para consolarse. Y ella aparece ya en varias pinturas, incluso esa en la que estaban caminando, todavía con los zapatos. El susurro íntimo del olivar guardará el secreto de todo lo que pasó esa tarde.

lunes, agosto 14, 2023

Abadía vieja

Almudena hace un tapenade de sabor algo terroso, pero agradable, desde que era bebé. No es una chef cualquiera. Al pulsar las cuerdas de una guitarra, la comida aparece en el plato por arte de magia. Cuando la abuela le enseñó a entonar una melodía muy antigua, las ondas sonoras hicieron aparecer una deliciosa paella de setas y olivas, que es la sensación en Abadía vieja, el restaurante familiar al pie de la Autovía del Sur.

Almudena no domina el instrumento porque le aburre ensayar y prefiere ver Tik Toks. Padre quiere enviarla al Conservatorio Superior para que aprenda más canciones y perfeccione su técnica. Planea abrir una cadena de restaurantes con recetas de bajo costo y altas ganancias. Madre está ahorrando para que la nena viaje a Barcelona y cumpla su anhelo de ser maestra. Sabe que el don no durará mucho. Ella también lo tenía, hasta que se enamoró.







martes, julio 25, 2023

Arslanbob

La misión, y se dio el caso de que decidí aceptarla, es viajar a Kirgystán y buscar al Lince en Arslanbob, un bosque de nogales que existe desde hace 50 millones de años. Para eso, debo tomar la ruta asiática. El nuevo virus hace imposible poner un pie en lo que queda de Europa. Tampoco puedo pasar por el sur debido a los bombardeos; ni por China, por el bloqueo; y como sabemos, la radiación hace imposible sobrevolar Kazakhstan. La única forma es sobrevolar el océano Índico, alcanzar Kuwait y sobornar desde allí a las autoridades de todos los países que quedan en el camino, tratando de no llamar la atención de algún espía desocupado o un xenófobo de esos que pululan las embajadas.

La Compañía me dio el avión de emergencias y eso me tiene tranquilo porque si hay otro pulso electromagnético podré aterrizar o amarizar y sobrevivir una semana. Tenemos casas de seguridad a lo largo de todo el camino en caso de que pierda el efectivo y los diamantes. El problema es que debo ir sin guardaespaldas para evitar sospechas, como si los enemigos del jefe no supieran ya hasta cuál es mi peli favorita. Podré conseguir armas y si todo se desbanda, tengo permiso para contratar mercenarios, pero no creo que lleguemos a eso porque hay entregas mucho más grandes en ese lado del mundo. El centro de Asia siempre ha sido caótico en su anonimato, pero desde que cayó Europa, se convirtió en un mercado de pueblo que mueve miles de millones, y la cuarta parte de los que van en misiones parecidas a la mía terminan en alguna alcantarilla.

No queda más que tener actitud positiva y pensar en el bono que me espera si regreso. ¿Qué podría salir mal? Un viaje al país que solo yo conocía en la oficina antes del gran apagón, desempolvar mi uzbeko, hartarme de plov en alguna cabaña, entregar el archivo, confirmar que se hace la transferencia y volver. Ni siquiera tengo esperanzas de jugar a la guerra fría como en mi viaje anterior. Qué va, si todos los de esa leva, si viven, han de estar seniles. Tal vez busque a la traductora de la embajada. Seguramente se dedica a dar clases o es dependiente de algún café y está más hermosa que antes. 

Para evitar pensamientos negativos, me drogo hasta pasar el océano. Llego a Kuwait, contacto a los embajadores de los países que me quedan en el camino, los invito a cenar, aunque solo me siento frente a ellos, les entrego el sobre con diamantes y les muestro el papel que deben sellar. Ni siquiera me saludan —Ya no hacen los encuentros de sobornos como antes— Aterrizo en el único aeropuerto privado de Arslanbob, me llevan al hotel, que viene incluido en el pago por aterrizar y duermo hasta el día siguiente. El Lince no aparece. Voy al bosque a ver cómo recolectan las nueces, me pierdo junto a una “turista” inglesa que seguramente fue a entregar armas o libros. Cenamos y nos despedimos porque ella quiere ir a un rave. Me excuso diciendo que no tengo presupuesto para fiestas, pero el hecho es que ya no tengo edad para eso, mucho menos con una nena que parece adolescente y seguramente lo es. Una contrabandista que se acercó a mí para ver si valía la pena desvalijarme.

A la mañana siguiente, El Lince aparece. Le entrego el archivo: un paquete que pesa casi tres kilos. No sé qué es. El Lince chequea cada ranura, pide un teléfono en recepción, confirma que su contacto ha hecho la transferencia y me da el número del proceso. Yo aguardo en silencio, devorando plov hasta recibir la llamada de La Compañía, sonrío cuando me dicen que todo está bien y me despido sin decir una sola palabra. Una hora ha demorado el trámite, tiempo suficiente para que todos sepan que estamos allí, así que no me sorprende escuchar disparos justo cuando logro entrar al banco a depositar el dinero, acompañado por seis guardaespaldas del hotel, tipos mal encarados, mal vestidos, mal pagados, pero profesionales. Uno de ellos dice “Lynx” y en cuanto entro al banco, se va junto a sus compañeros al sitio del que surgen los tiros. Después de almorzar, compro suficiente plov para todo el viaje de regreso, no importa que el avión termine apestando. En el aeropuerto, el dinero espera seguro y empaquetado. Vuelvo sin novedad. Al día siguiente, llego a la oficina, marco la tarjeta, me siento en mi cubículo y me quedo durante el resto del día, durante el resto de mi vida, revisando datos. Miles de números que para mí no significan nada, cotejados en las ranuras de centenares de tarjetas plásticas. Ojalá a nadie se le ocurra inventar el internet.



miércoles, junio 21, 2023

Nacieron, jugaron, crecieron. Y siguen jugando

Publicado en revista Mundo Diners, mayo de 2023

Los eSports, como se conoce a los deportes que se practican usando consolas de videojuegos, son bastante más serios de lo que parecen. Hace mucho rato ya pasaron de la categoría de las aficiones a la de las ocupaciones profesionales.

Casi todos los domingos, miles de ecuatorianos van al estadio, pagan a una operadora de cable o están pendientes de los resultados del fútbol, el deporte rey. Al mismo tiempo hay miles de personas jugando en línea y muchas más viendo esos juegos a través de plataformas como Twitch, que tiene más de quince millones de canales, más de 31 millones de horas de transmisión mensual y un crecimiento anual del 26 % en todo el mundo.

Según la página web oficial de Twitch, en este momento, hay más de dos millones y medio de personas viendo alguna transmisión en línea. El mercado es tan atractivo, que YouTube y Facebook adaptaron sus plataformas para generar más interés de gamers y llevarse parte de los usuarios. A nivel mundial son millones de espectadores a quienes no les importa si el equipo es ecuatoriano o alemán, solo les interesa ver un juego habilidoso. Y se espera que la audiencia supere los 1400 millones de conectados en 2025.

El primer torneo considerado de eSports fue de Spacewar! y se llevó a cabo en la Universidad de Stanford en 1972. Desde entonces, se multiplicaron los campeonatos y se incrementaron los premios, pasando de una suscripción a la revista Rolling Stone a millonarias cifras para los ganadores. La mayor liga es la alemana Electronic Sports League (ESL) y está vigente desde el año 2000. En este medio siglo de torneos, el mundo ha cambiado, la tecnología ha evolucionado a niveles insospechados y la industria se ha fortalecido sin perder la magia de los primeros días.


En 1980 se celebró la primera gran competición de un videojuego comercial: Space Invaders. Fue organizada y patrocinada por la compañía que comercializaba el juego Atari en su consola Atari 2600. El primer Space Invaders se bautizó como la Superbowl de Space Invaders.

A partir de la covid-19, los videojuegos se popularizaron en todos los segmentos económicos y en casi todas las edades, ampliando nichos como el de los deportistas profesionales. Esta industria tiene un valor de más de mil millones de dólares a nivel mundial, y sigue creciendo conforme se reducen los costos, mejora la conexión de Internet y la calidad del hardware. Mientras tanto, en el Ecuador, se gestan las condiciones para su profesionalización: hay que competir, armar equipos y enfrentar los estándares internacionales.

Comencemos por reunirnos

Uno de los hitos más grandes fue la creación de la Asociación Ecuatoriana de Deportes Electrónicos (AEDE), perteneciente a la Federación Global de Esports, la mayor a nivel mundial. Entre los eventos más importantes organizados por la AEDE está el torneo de Super Smash Bros. realizado en Quito, donde se selecciona a los mejores nacionales para que asistan a los juegos de Asunción y para los de Turquía.

Para su presidente, Juan Andrés Guzmán, lo más importante fue participar en los Juegos Panamericanos de Asunción, donde nuestro representante, Jimmy Barros, quedó en cuarto puesto. Para este año volveremos como deporte de exhibición a los Panamericanos de Santiago y se viene el Mundial de Arabia Saudita. Considera que el nivel del Ecuador es destacado: “En el mundial, de 125 instituciones, participaron dieciséis equipos y el Ecuador fue con Brasil y Surinam. Estuvimos cerca de obtener la medalla de bronce”, cuenta con orgullo.

Ser gamer es un juego serio; falta mucho en cuanto a presupuesto porque no hay respaldo estatal y hay poco apoyo privado, pero esperan obtenerlo cuando se den más resultados. Mientras tanto tienen competiciones con diferentes niveles para detectar a los mejores gamers del país. Para 2023 se vienen los Panamericanos en Santiago y ya hay la ilusión de desfilar junto a las otras glorias del deporte.

También se vienen los Global Sports Games en Arabia Saudita, y para entonces esperan destacarse también en la categoría mujeres. Juan Andrés propone vacacionales de eSports para masificar este deporte y también la formación de academias y actividades extracurriculares, pero en este aspecto todavía falta mucho. Una de las principales debilidades es el tema de internet, ya que el Ecuador está conectado a los servidores de videojuegos de la Costa Este, y eso da una latencia que los pone en desventaja, sobre todo cuando compiten en ligas y torneos que tienen servidores en Latinoamérica.

Spacewar! es uno de los primeros videojuegos de la historia, surgió en el MIT gracias a alumnos autodidactas que tenían a su alcance los primeros computadores que llegaban al mercado. Spacewar, desarrollado entre 1961 y 1962 para la computadora PDP-1 Digital Equipment Corporation.

Uno de los equipos destacados es SkullCracker, un clan surgido en Guayaquil en 2019, cuando Larry Jiménez y Byron Salinas se unieron para profesionalizarse y convocaron a Fawel Jarrín y al youtuber @Raptorgamer. El clan creció, se destacó a nivel latinoamericano y mejora cada año. Están en el top 3 de equipos latinoamericanos en Valorant femenino y fueron el primer equipo ecuatoriano en tener una gaming house (residencia para jugadores) fuera del país.

Entre sus integrantes, SkullCracker tiene a Jeremy Villamar, ganador del Booyah Invitational y campeón de la Batalla de Naciones, y a Andrés Milán, representante de Dragon Ball FighterZ. Su equipo cuenta con creadores de contenido como Claudia Lascano y Diana Asencio. Además de destacarse en el juego, manejan contenido para popularizar los eSports, ayudar a internacionalizar a los jugadores más destacados y generar contactos con gamers de otros países. Fawel Jarrín, director de Operaciones y Marketing, comenta que sus metas para 2023 son establecer nuevas marcas para su escuadra de League of Legends y para su equipo femenino de Valorant (esto es, en español, subir de categoría).

Fawel comenta que en 2019 había dos equipos que se sustentaban como empresas en el país, ahora podrían ser diez, además de los cincuenta equipos amateurs o semiprofesionales que están en el mismo camino. Hay también hay muchos jugadores con un buen nivel y muchos más con potencial para profesionalizarse, pero no se atreven a dar el salto. Otros sencillamente no saben cómo. Una computadora básica puede costar desde 800 dólares, y en la mayoría de los casos hay que adquirir los videojuegos, encontrar equipo, entrenador y cultivar habilidades como disciplina, buena actitud y comunicación, explica Fawel.

Parte del equipo SkullCracker. Izq a der: Byron Salinas, Fawel Jarrín, Ricardo Puga, Andrés Milán, Arianna Banana, Gonzalo Coronel RaptorGamer.

Otro de los aspectos en que trabaja SkullCracker es la generación de contenidos para formar fanaticada. Saben que no sucederá de la noche a la mañana, pero ya aparecerán. Fawel cree que hacer la conexión con otros deportes permitiría un alcance mayor. También ayudará que los gamers ecuatorianos se destaquen en los grandes torneos mundiales: el Worlds de League of Legends, el Masters y Champions de Valorant, el Major Six de Rainbow Six Siege, el International de Dota 2, el Mundial de Gran Turismo 7, el Free Fire World Series y otros, de nombres más esotéricos y mayor exigencia.

Mujer en los eSports



Lissete Monroy. Juega Nintendo desde los tres años. Desde 2016 empezó a hacer streaming con amigos y en 2019 organizó su primer torneo de Smash con BroooTv. Fotografía: Instagram.

Lissete Monroy empezó a jugar Nintendo a los tres años, desde que su padre le regaló su primera consola. Nunca pensó que iba a ser gamer profesional, pero ahora es directora de relaciones en la AEDE. Desde 2016 empezó a hacer streaming con amigos y en 2019 organizó su primer torneo de Smash con BroooTv.

Durante la pandemia, los videojuegos cotizaron al alza y la industria creció más que el cine. Lissete pasó a SkullCracker y finalmente se dedicó a Tomoyo.ec. No fue fácil (empezando por el valor de una consola), pero ganó seguidores y promociona juegos de fighting. Con la AEDE tuvo una grata experiencia en Estambul, de donde tomó la idea de promover el juego Street Fighter para que el Ecuador internacionalice su nivel competitivo.

Le encanta ver la emoción del público en eventos de alto nivel. “Me he desarrollado también como streamer para comentar profesionalmente y sigo mejorando en ese aspecto. Como los videojuegos son una rama nueva, implica un gran esfuerzo capacitarse”. Su plan es llegar a ser representante femenina de Nintendo en el Ecuador, y así promover la inclusión de los videojuegos en un entorno más familiar, “si vemos el fútbol, es algo que se comparte con la familia, amigos y colegas. Necesitamos quitar el estigma de que los videojuegos son solo para niños”. Los videojuegos, dice Lissete, deben empezar a practicarse a una edad temprana, solo así podrán desarrollarse como un deporte profesional que a su vez capte grandes audiencias.

Los estigmas son dobles, te arrinconan por ser mujer, te asfixian por ser gamer. Lissete decide, entonces, “surfear la ola”, alejarse de quienes preferirían que se dedique a otra cosa y acercarse a los que, como ella, ven en esto una opción de vida y una carrera. De hecho, una de sus causas consiste en abogar por la creación y difusión de torneos exclusivamente femeninos, como ya existen en otras disciplinas. Así, con la misma formalidad, con la misma seriedad, es con la que se debe jugar si se pretende competir.

A pesar de que los videojuegos podrían parecer un tema de gente solitaria, los mejores resultados se dan cuando hay organización, cuando se unen gamers con intereses y metas comunes. Los resultados están a la vista, e incluso con poco apoyo estatal, los gamers se han destacado a nivel latinoamericano y mundial. Ese posicionamiento podría ser visto también como un megajuego de estrategia, en el que deben involucrarse gamers, dirigentes, sponsors, federaciones deportivas, audiencias, proveedores de hardware y servicios. Hay que jugarse todo por la profesionalización para no quedar fuera de esa industria que no hace más que crecer y crecer.

La vida es videojuego

 Publicado en Revista Mundo Diners, 30 de diciembre de 2022 

Antes, en el siglo apenas pasado, se miraba a los gamers como gente rara que gastaba demasiado tiempo sola y frente al televisor, conectada a la realidad de los videojuegos. Hoy son parte del reinado digital y cuando están jugando también están construyendo comunidad, ganando fama y divirtiéndose. Su venganza está consumada. 


Fotografías: Shutterstock y Amaury Martínez 

La evolución de los videojuegos ha sido brutal. En pocas décadas pasamos de las dos dimensiones a la realidad aumentada y los monstruos que se pueden ver en pleno Malecón 2000. También cambió la forma de jugarlos, y pasamos de rutinas unipersonales a plataformas virtuales en las que miles de personas, divididas en equipos o selecciones, juegan al mismo tiempo. Pero el cambio más importante está en la percepción. Los gamers dejaron de ser bichos raros y solitarios, ahora representan a sus países en torneos internacionales. Todo esto en una industria actualmente valorada en 198 400 millones de dólares. Christian Perdomo es gamer de toda la vida y responsable de la tienda virtual Time to GameStore. Los juegos que más vende son FIFA, Resident Evil, Mario Kart y Super Smash Bros,y la mayoría de sus clientes tiene más de veinticinco años y trabajo estable (cada juego puede costar ochenta dólares). “Cuando llegó la pandemia, los videojuegos fueron un gran aliado para lidiar con el estrés, y lo que antes era un tema de ocio, ahora se lo ve como un tema de familia”, comenta, y agrega que, según sus investigaciones de mercado, los niños empiezan a experimentar con videojuegos para celular desde los cuatro años, y a partir de los diez años ya tienen su primera consola, sea nueva o la que heredan del papá. De los veinte a los 35 años juegan Play Station, Nintendo y XBox. 

La comunidad gamer
Kevin Carvache vive en Durán y a sus veintiocho años evalúa su vida como gamer positivamente. “Para mí la vida es como un videojuego en realidad virtual, porque cada día tiene diferentes niveles. Algunos son difíciles y es gratificante superarlos”. Si Calderón de la Barca hubiera sido gamer no habría dicho “La vida es sueño”, habría dicho “La vida es videojuego”, y esa frase habría sido más precisa para definir el mundo. 


“Para mí la vida es como un videojuego en realidad virtual, porque cada día tiene diferentes niveles. Algunos son difíciles y es gratificante superarlos”, Kevin Carvache. 

Kevin juega desde los dos años y en su adolescencia agarraba su consola desde las cuatro de la mañana hasta la hora de almorzar. Ahora que la vida lo puso en otro nivel, juega solo un par de horas y ya no a diario. De los más de 2500 millones de videojuegos existentes, él es fan de los de Nintendo y ha tenido la mayoría del ecosistema de esa marca. Sus personajes favoritos son Zelda, Mario y Fox McCloud, y le gusta eso de interactuar con seres virtuales como si fueran monstruos o entes llegados de otra dimensión. Prefiere las consolas al celular porque tienen más potencia y prefiere los mandos físicos, pero quién sabe qué pasará cuando lleguen las consolas que le permitan operar los controles, directamente, con su cerebro. 
Gracias a la piratería, el Play Station 1 y Play Station 2 se popularizaron entre finales de los noventa y principios de los dos mil. Los videojuegos en DVD costaban dos dólares, y quienes no tenían dinero para una consola acudían a los negocios de alquiler. Ahora es fácil comprar videojuegos y consolas mediante courier o servicios como TiendaMía.com, y las redes sociales acercan a los gamers de todo el planeta. A pesar de la cantidad de títulos que surgen cada año, los videojuegos siguen vigentes mucho después de ser lanzados. Los cinco más populares del primer trimestre de 2022 fueron lanzados antes de la pandemia y el más popular fue Minecraft de 2009. 

Ana Villaquirán juega con el nombre de Rei Hino en varias plataformas. Su videojuego favorito es Apex Legends, un entorno de Battleroyal en primera persona compuesto por más de cien millones de jugadores. En ese juego se puede participar en equipo y a ella le resulta fácil integrarse y hacerse pana, sobre todo cuando juegan bien y empiezan a ascender en la tabla de posiciones. Una vez estuvo en un clan que tenía cien integrantes, pero no duró mucho porque ese tipo de comunidad implica constancia para seguir ascendiendo, y no siempre hay tiempo. Ana prefiere quedarse un tiempo en un clan y pasar después a otro más chévere. Depende siempre de la compañía que encuentre y lo bien que se pase en los chats. “Todo depende de las habilidades sociales. Algunos van solo a jugar, otros aprovechamos para socializar. Todo tiene que ver con las jugadas que se arman. Eso te lleva a tener más amigos”, explica. La otra opción es llevar a sus amigos y vecinos al juego. Recuerda cuando iba al parque Samanes durante la fiebre del Pokemon Go y se encontraba con grupos de guayacos que compartían su pasión. 

Videojuego y vicio 
En cuanto a los riesgos de la adicción a videojuegos como FreeFire, basados en la supervivencia a través de la eliminación de rivales, y la violencia que estos supuestamente generan, Christian Perdomo comenta que el juego ha sido tan difundido por la facilidad con que se puede operar desde celulares de gama baja, es decir, por el acceso desde casi cualquier celular. Resalta que no hay que dejar a un niño sin supervisión y que se puede jugar responsablemente. Si se establecen horarios, como en otros deportes, quien tenga talento puede ser un eventual gamer profesional. 

Todavía hay, por ejemplo, temores de suicidios asociados a ese juego, a pesar de que no hay investigaciones concluyentes. Se ha establecido que las personas violentas eligen ese tipo de videojuegos, pero eso no implica que la trama vuelva violentos a sus usuarios. El prejuicio sobre el tema se debe a que en Estados Unidos hay un alto consumo de videojuegos y también un alto índice de muertes por armas de fuego, pero en los otros países donde se consumen videojuegos no se registran los mismos niveles de violencia. La psicóloga Anabella Avilés explica que la agresividad es natural en el ser humano, incluso al jugar ajedrez, y así como se envía a niños y niñas a hacer deportes de contacto físico, los videojuegos pueden ayudar a liberar agresividad contenida. “Al jugar hay una perspectiva de lo que ocurre en el mundo, aunque sea ficción o fantasía. Debería haber un acompañamiento desde el interés, no desde la prohibición”. 

Kevin es flexible con los horarios de juego de su hijo y cuenta que esa es una forma de tener tiempo de calidad, en el que comparte su conocimiento, su experiencia. Además, los videojuegos ayudan a desarrollar reflejos e intuición, enseñan inglés de manera efectiva, así como permiten la contemplación frontal de problemas y una mejor toma de decisiones. “Cuando jugamos, no nos rendimos. Unimos las manitos diciendo ‘a ganar’ y damos hasta lo último de nosotros”, dice sobre la experiencia de jugar en familia. Muchas veces, pensando ya en sus nietos, encarga el mando del equipo a su hijo porque cree que los videojuegos son una influencia positiva. “Los videojuegos me enseñaron a no rendirme y a luchar por lo que amo en la vida, a pesar de los obstáculos. Enfrentar lo que venga y seguir al siguiente nivel”. 

Iskra Landucci ha logrado crear una comunidad que paga por verla jugar. 

El próximo nivel de los videojuegos 
Muchos ecuatorianos entrenan a diario esperando alcanzar un nivel competitivo. Se han organizado en comunidades de Splatoon, League of Legends o Pokemon United y mejoran su nivel cada día. Es cuestión de constancia y los campeonatos que se han organizado localmente han dado cuenta de un nivel aceptable, al punto de clasificar a mundiales y quedar campeones. El problema es que los torneos no son constantes. Con más competencia, surgirán gamers cuyo nivel pondrá en alto al Ecuador, pero no han tenido la oportunidad de demostrarlo. Sin embargo, no todo es competencia. Además, hay quienes prefieren ver jugar a otros, comentar y entretenerse, hacer comunidad. 

Iskra Landucci es streamer, se dedica a jugar y conectar con su público, que paga por verla. No juega en torneos, solo se divierte mientras crea una comunidad no competitiva alrededor del Minecraft. Desde hace un año está en Twitch, casi exclusiva para gamers, y es una de las pocas partners ecuatorianas de esa plataforma de streaming. A pesar de que no compite ni está en ningún grupo, sus ingresos pueden llegar a los 1500 dólares mensuales. Casi toda su comunidad es ecuatoriana, pero explica que otros streamers ecuatorianos tienen un público mayoritariamente extranjero. Todos buscan a gente chévere como Iskra para ver y conversar sobre temas muy específicos. 

Cuando era adolescente Kevin imaginaba que hoy tendría más realidad virtual y más inteligencia artificial, y esperaba con ansias los cambios. Ahora, que ha avanzado en varios niveles en el juego de la vida, prefiere quedarse con la incógnita y le encanta esa incertidumbre. Como Mario Bros, prefiere llegar al siguiente nivel y que la magia del nuevo mundo lo sorprenda.

martes, marzo 14, 2023

Casa vieja

 

Casa vieja. Achacosa. Su queja favorita era el rechinar de las escaleras cuando pasaba mucho tiempo sin barrerla, o cuando las primeras lluvias permitían conocer las nuevas goteras en el techo. Casa grande, que acumulaba misterios todo el tiempo en varios altillos, una bodega, una habitación vacía e incluso en el patio, que se llenaba de objetos todo el tiempo: instrumentos agrícolas, envases, maletas que tíos lejanos habían dejado encargados. 

Mi abuelo había muerto hace poco, pero ya había fantasmas desde mucho antes. Decenas, tal vez cientos de personas dejaron parte de su historia en la vieja casa familiar y de vez en cuando regresaban, o eso decía mi abuela, porque en esos días las apariciones eran más frecuentes. Ella me había convencido de que el tiempo era lineal, no cíclico. Que la gente se quedaba para resolver algún asunto después de morir o que volvía al ser invocada por un objeto o emoción. 

Es tarde, yo había estado leyendo en la cama de mi abuelo, con el toldo puesto como si se tratara de una tienda de campaña. No había nadie más en casa y la puerta estaba cerrada, pero el sueño me estaba venciendo y francamente, me daba pereza bajar a abrir la puerta del zaguán y dejarla junta para que no tuvieran que esperar a que yo despierte para entrar. "mejor que esperen", pensé mientras me acomodaba para dormir un rato, pero entonces empecé a escuchar un murmullo que salía del estudio del abuelo en la planta baja, abría el zaguán dando un portazo y subía las escaleras arrastrando pesadas cadenas. Sin posibilidad de escape y descartando que se tratara de una broma, solo alcancé a taparme la cabeza con una almohada mientras un portazo aún más fuerte me dejaba saber que las cadenas ya habían entrado a la habitación. Para entonces, una sensación de furia invadía toda la casa, como una niebla que aparece de súbito en el cerro. La piel de gallina. Los dientes rechinando. De súbito, las cadenas me agarraron con fuerza del brazo hasta que finalmente abrí los ojos y pude ver el toldo moverse con violencia y unas partículas de polvo revolotear frenéticamente entre los rayos de sol que se colaban por el tragaluz. 

Ahora, que sé que el tiempo es cíclico y que volveré a la casa de infancia, me pregunto quién estará en la habitación cuando me toque repetir ese momento de pavor. O si podré ver a quien arrastró las cadenas, y averiguar si me trataba de asustar a mí, o simplemente repetía algo de su pasado. Encadenar al perro que se había subido a su cama o algo así. Por ahora, solo la casa lo sabe.