Publicado en revista Mundo Diners 355
Por
Rafael Méndez Meneses
Fotos:
Hernán Jiménez
Hace casi una década nació esta tendencia editorial que capta el interés de jóvenes gestores culturales. La riobambeña Matapalo Cartonera es pionera en Ecuador.
Cuenta el génesis de la literatura cartonera que todo empezó en 2003, hace no mucho de haber estallado la debacle económica argentina. El desempleo y la pobreza llevaron a decenas de miles a ocuparse en la recolección de desechos urbanos: los llamados cartoneros, estaban en cada esquina de Buenos Aires. Así fue que un día el escritor border Washington Cucurto, el artista plástico Javier Barilaro y el poeta Hernán Bravo Varela se encontraron con un hombre que aseguraba no haber comido nada en dos días. Los artistas revisaron sus modestos bolsillos, pero él dijo que no quería caridad, les ofreció un pedazo de cartón a cambio del peso y medio (unos 0.30 USD) que reunieron entre los tres. Los amigos continuaron caminando, y en uno de esos momentos de iluminación Cucurto agarró el cartón, lo dobló, y les mostró el proyecto de libro a sus compañeros. La idea de hacer libros artesanales de bajo costo con material reciclado se convirtió en
Eloísa Cartonera.
La ya legendaria editorial cartonera llamó la atención de colectivos culturales latinoamericanos que formaron
proyectos similares en Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, Bolivia, Paraguay, Chile, Argentina, Uruguay, Panamá, El Salvador, Puerto Rico, República Dominicana, México, Alemania, Suecia, España, Mozambique… Claramente no es una franquicia, y tampoco existe una red como tal, pero sí hay un nivel de coordinación que permite promover la obra de artistas locales en las ferias, paradas de buses, salidas de cines y sitios alternativos de otros países.
En 2008, la escritora riobambeña
Gabriela Falconí terminaba la carrera de literatura en la Universidad de San Marcos de Lima. Allá conoció la editorial
Sarita Cartonera y le comentó sobre el proyecto al poeta riobambeño
Víctor Vimos, quien visitó la cartonera limeña para que su cofundadora Milagros Saldarriaga le enseñe todo sobre derechos de autor y armado de libros. Al regresar a Riobamba, Víctor contactó al artista plástico
Edwin Lluco y al artesano Eduardo Yumisaca con el objetivo de replicar el proyecto en Ecuador junto a Gabriela.
Decidieron llamarse
Matapalo como homenaje a José De la Cuadra y desde 1999, su cuartel general fue la Casa Cartonera, un local alquilado, chiquito y vetusto, pero acogedor, al que llegaban dos veces por semana los chicos de entre once y diecisiete años. La mayoría eran hijos o nietos de los integrantes de las dos asociaciones Riobambeñas de recicladores de cartón, y Edwin los capacitó en pintura, diseño, collage y armado de libros.
Matapalo pagaba $0,30 por cada kilo de cartón, el triple del precio de mercado, y además de un porcentaje de las ganancias totales obtenidas, les daba uno de los libros armados por ellos mismos.
Trabajaron también con estudiantes de la escuela Tunshi San Xavier, de la parroquia rural Licto. Victor comenta que al ver que uno de los niños armó su propio cuaderno cartonero con hojas sueltas, se dio cuenta de que ya estaba plantada la semilla de una forma alternativa de creación, difusión, lectura e interpretación del texto. Ahora enseñan armado de libros a quien lo pida. Solo requieren de transporte, hotel, alimentación y materiales. El taller dura dos horas y finalmente los asistentes se quedan con los libros. Para la gente que prefiere vivir una semana a comprarse un libro por $25, puede ser una oportunidad única de acceder a autores de los que algunos ni siquiera han escuchado hablar.
Para financiar sus actividades, tocaron muchas puertas y hasta inscribieron su proyecto en los fondos concursables del Ministerio de Cultura, pero les ganó un concurso de cachos, aseguran. Edwin comenta que la creación del Ministerio de Cultura los había llenado de expectativas, pero percibe mucha burocracia todavía. Pese a todo, pudieron mantener Matapalo a flote y desde que sus autores les cedieron los derechos de autor por tres años, han publicado Equis, del narrador peruano Carlos Yushimito; La Cicatriz, de la escritora ecuatoriana Gabriela Alemán; y Tras la Pólvora, Manuela, del laureado poeta ambateño Jorge Enrique Adoum, a quien convencieron luego de una tertulia. Presentaron los libros en un encuentro nacional de escritores realizado en Riobamba. En la feria del libro de Guayaquil presentaron Respiración del Laberinto, del poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro, y aprovecharon para dar talleres cartoneros a los asistentes.
En 2010 llevaron sus libros a la Feria Internacional del Libro en Lima y presentaron Bóveda 66, del poeta guayaquileño Ernesto Carrión; y Veneno (muestra gratis), del escritor ibarreño Huilo Ruales. Además, presentaron su proyecto y dieron talleres en la Fiesta “Abril Libros Mil”, organizada por la FLACSO en Quito. Víctor colaboró también con los artistas plásticos Jorge Jaén y María José Zurita en el proyecto “Arte libre y sin barrotes” llevado a cabo en el Centro de Rehabilitación de Varones de Guayaquil. Producto de este taller, editaron la antología Material Calavera, escrita por los internos a partir de objetos de particular importancia para ellos. La experiencia fue enriquecedora, y de este proceso se está conformando La Tuca Cartonera.
Hace año y medio, Víctor y Eduardo se radicaron en Quito debido a estudios y cerraron físicamente la Casa Cartonera, pero el proyecto siguió con la participación en ferias y talleres de armado de libros. Estuvieron en la III Feria Internacional del Libro Quito 2010, donde presentaron Pipo, el dragón, de Gabriela Falconí. En este año fueron a la Feria Internacional del Libro de Bogotá y aprovecharon el reencuentro para planificar sus próximos lanzamientos: Mil botas, del novelista argentino César Aira, y una antología poética de Coco Arenas.
Edwin explica que no pretenden competir con las editoriales tradicionales, sino ser una alternativa y caminar a la par. Los ingresos de Matapalo apenas han alcanzado para financiar su presencia en ferias, pago del local y organización de los talleres. Esperan que eventualmente la venta de libros baste para autofinanciarse y no depender de terceros. Ahora quieren lanzar el proyecto en Quito y conformar bibliotecas cartoneras en los barrios del sur, donde piensan armar libros con las memorias de los vecinos, rescatar sus tradiciones e historias. Son planes ambiciosos, pero la pelea es peleando y hasta ahora, su tenacidad los ha hecho invencibles.